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Es irónico que sea Venezuela, el primero de la nueva ola de...

1 de agosto de 2015 Por: Gustavo Duncan

Es irónico que sea Venezuela, el primero de la nueva ola de gobiernos de izquierda en América Latina, el único caso en que no solo el Estado sino la sociedad está al borde del colapso. Países con instituciones más inestables y economías más débiles como Nicaragua, Ecuador y Bolivia han podido sortear los inconvenientes y desafíos que implica instaurar cuasi-dictaduras populistas sin que la situación social pareciera salirse de control.Salvo las crecientes restricciones a la competencia política, a la libertad de expresión y a la protesta, nada pareciera indicar que fuera de Venezuela existan señales de colapso. De hecho, estas restricciones son menores en los otros casos. No sucede que los alcaldes de la oposición sean detenidos en su despacho o que los parlamentarios reciban palizas en plena sesión. Por no mencionar que no hay que hacer filas interminables para abastecerse de bienes básicos y que no existen comunidades y barrios enteros donde el crimen se ha convertido en la autoridad.Lo peor es que Venezuela pareciera no tocar fondo. Cuando Chávez vivía era evidente que las instituciones del Estado perdían progresivamente su capacidad de proveer bienes y servicios públicos. Pero la incapacidad del Estado era suplida por los precios estratosféricos del petróleo. Había con qué pagar la redistribución y la corrupción propia de un régimen populista. Hasta sobraba para ayudar a los Castro.Tan pronto como Chávez murió y los precios del petróleo se precipitaron en caída libre salió a flote toda la incapacidad institucional. El precio de garantizar que el chavismo se mantuviera en el poder era la formación de una coalición de políticos, burócratas, activistas y militares interesados en llenarse los bolsillos, en pelear por su respectiva cuota de poder o simplemente en llevar hasta sus últimas consecuencias un dogma ideológico sin mayor fundamento.La gran diferencia con las otras cuasi-dictaduras de la región era que los Correa, los Evo e, incluso, los Ortega se preocuparon porque la coalición que formaron tuviera, por un lado, una mínima capacidad de gestión al margen de su codicia y, por el otro lado, que no destruyera el sector privado. Eran conscientes que los empresarios eran imprescindibles para generar riqueza y organizar la provisión de muchos bienes y servicios que el Estado no estaba en capacidad de ofrecer. El pacto era simple: los capitalistas podían hacer negocios con la ayuda del Estado siempre y cuando no se metieran en política.En Venezuela este pacto no tuvo lugar por el delirio ideológico de Chávez. Él creía ciegamente en una revolución a la cubana, pese a toda evidencia. En realidad el estado tan deplorable de la economía cubana no importaba. Para Chávez la clave era encontrar un sistema de gobierno que le permitiera desarrollar su megalomanía y su ambición por construir una imagen de sí mismo como el salvador de su pueblo. El ‘Socialismo del Siglo XXI’ era el sistema ideal para la autoconstrucción de un héroe.El problema es que, si bien Chávez fue absolutamente incompetente para construir alguna capacidad de gestión, fue muy efectivo para montar una coalición de gobierno que resistiera en el poder. Tan fuerte es esta coalición que, a pesar del proceso de colapso de la sociedad y del Estado, de tantas filas y asesinatos, no pareciera que la oposición tuviera cómo quitarle el poder. De allí que Venezuela aún no toque fondo.