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Política como economía

El paro cívico de Buenaventura es una señal positiva por el lado de la sociedad en el sentido que la gente no es tan pasiva ante situaciones intolerables como usualmente se cree.

2 de junio de 2017 Por: Gustavo Duncan

El paro cívico de Buenaventura es una señal positiva por el lado de la sociedad en el sentido que la gente no es tan pasiva ante situaciones intolerables como usualmente se cree. La mala noticia es que pese al hecho de haber llamado la atención del país y obligado al Gobierno Nacional a tomar en serio lo que sucede en la ciudad, es muy poco lo que en el largo plazo puede hacerse para cambiar las cosas si sólo se considera el tema como un problema de inversiones públicas desde Bogotá.

El problema de Buenaventura, al igual que el de muchos otros lugares de Colombia, es que la política, o para ser más concreto la competencia electoral por el acceso a los cargos y a los recursos públicos, se ha convertido en el eje de la organización de la economía. La mayor parte del capital, del trabajo y de los conocimientos disponibles en la sociedad se invierte para obtener ganancias, en dinero y en prestigio, que se derivan del control de las posiciones de poder.

Las elecciones son, en ese sentido, el espacio donde se define quién se queda con el poder para definir la distribución de las rentas públicas hasta la próxima elección. Es un juego de suma cero. Lo que obtiene la coalición ganadora en la repartición de cargos y recursos es lo que dejan de ganar quienes fueron derrotados en las elecciones. Durante ese tiempo tendrán que ver cómo se las arreglan para sobrevivir.

En grandes ciudades como Bogotá, Medellín y Cali la política tiene mucho de una competencia, si se quiere una rapiña, por el control de recursos. No obstante, existe una gran diferencia. El Estado es sólo una parte de la economía. Es en el mercado, libre de la interferencia de la política, donde se mueve el grueso de las inversiones y se organiza el trabajo. La mayor parte de la población se educa y se prepara pensando en cómo suplir las necesidades de los productores y empresarios, no en cómo hacer parte de maquinarias políticas o simplemente en cómo aprovecharse de la necesidad que tienen los políticos de sus votos.

Lo más grave de la política como principal forma de organización de una economía es que la eficiencia y la efectividad en la provisión de servicios públicos pierden sentido. Como consecuencia, el producto de las inversiones y el trabajo desde las agencias del Estado se desperdician en una proporción significativa. Hay varias razones para que sea así.

Por un lado, la gente del común no vota de acuerdo al desempeño de los políticos en los cargos públicos. Si hacen una gestión eficiente y efectiva en temas como educación, salud, infraestructura pública, etc., su impacto en respaldo electoral se ve limitado por la necesidad de la gente de acceder a los recursos y el trabajo que ofrecen políticos sin interés en la gestión pública.

Por otro lado, el sector productivo que opera fuera de las reglas de la competencia política es muy débil para poder exigir a los políticos una buena gestión. De hecho, lo que suele ocurrir es que el sector productivo está compuesto de empresas dedicadas al comercio y a los servicios que dependen del consumo que generan los salarios, el gasto y las inversiones públicas en el lugar. No es un sector productivo con capacidad de innovación e incursión en otros mercados.

Así las cosas, para resolver problemas como el de Buenaventura será necesario no sólo llevar el Estado a la periferia, algo que siempre se repite, sino también el mercado.

Sigue en Twitter @gusduncan