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Paz política

La paz con las Farc está lejos de traer la paz política. El uribismo ha expresado abiertamente que no reconoce los acuerdos. También han dicho que en caso de llegar al poder, no volverían a la guerra pero replantearían muchos de los compromisos pactados.

22 de abril de 2017 Por: Gustavo Duncan

La paz con las Farc está lejos de traer la paz política. El uribismo ha expresado abiertamente que no reconoce los acuerdos. También han dicho que en caso de llegar al poder, no volverían a la guerra pero replantearían muchos de los compromisos pactados.

Y lo cierto es que si ganan las elecciones en el 2018 tienen cómo hacerlo. Disponen de un argumento poderoso con el triunfo en el plebiscito. En todo momento dijeron que los nuevos términos acordados luego de la derrota del ‘Sí’, no eran suficientes para aceptar una firma final.

Pero hay un argumento más poderoso que llevaría al uribismo a replantear los términos del acuerdo de paz: es que pueden hacerlo sin que las Farc tengan cómo impedirlo. Dentro de dos años será casi imposible para la jefatura guerrillera volver a organizar un ejército insurgente. La capacidad de respuesta frente a una alteración arbitraria de los acuerdos será exclusivamente política. Es decir, de la protesta que puedan hacer políticos de izquierda como Iván Cepeda o Piedad Córdoba y de las movilizaciones de la Marcha Patriótica. Muy poco si se tiene en cuenta el respaldo electoral del uribismo y la antipatía de la sociedad hacia las Farc.

Peor aún, las Farc no se ayudan en sus actos cotidianos y en su tránsito hacia la legalidad. La caleta con armas descubierta por el ejército y la foto de Santrich volando en primera clase que corre en las conversaciones de WhatsApp, son detalles insignificantes en el proceso hacia una desmovilización definitiva pero contienen un profundo impacto simbólico. Son los hechos que confirman que el discurso uribista basado en la desconfianza y en el miedo tienen fundamento. Puede que ni la caleta ni la foto sean en realidad una entrega del país al castrochavismo, pero para una inmensa mayoría así podría parecerle.

Ahora bien, que no pase mayor cosa si se reversan los acuerdos, sobre todo que no se reactive la insurgencia armada, no quiere decir que el camino del incumplimiento sea el más adecuado. Todo lo contrario. Se agudizaría una guerra política tan intensa al punto de poner en riesgo las mismas instituciones liberales (en el sentido filosófico no partidista del término) que rigen en el país.

La coyuntura actual es de una pugnacidad peligrosa. Casi insana. Amplios sectores de la política no reconocen la legitimidad del otro como adversario. Una parte de la izquierda y de la coalición política que rodea a Santos, considera al uribismo como sujeto de tratamiento por la justicia y no como el movimiento político, para bien o para mal, que representa las preferencias de la mitad de la población. Los más extremistas sueñan con llevar a Uribe a los tribunales internacionales, al tiempo que claman por un espíritu reconciliatorio para facilitar la reinserción de las Farc sin mayores sanciones. Por el lado de la derecha ni hablar, consideran a Santos un traidor a la patria, a la democracia y al sistema capitalista. Algunos están convencidos de que él es alias ‘Santiago’, un agente infiltrado del comunismo.

En un escenario así las elecciones no se ganan para gobernar o para hacer oposición, como es la dinámica corriente de las democracias, sino para cambiar las reglas del juego de la sociedad, de modo que se destruyan las garantías básicas de los contradictores políticos. Ganar puede terminar convirtiéndose en una condición para sobrevivir, nada más contrario a los principios democráticos.

Sigue en Twitter @gusduncan