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Pausa

Confieso que acepté, lo que él supo luego, porque en ese momento pensé que al día siguiente, luego de los whiskies y una exquisita cena árabe, se iba a olvidar de la propuesta.

16 de julio de 2021 Por: Gustavo Duncan

Le debo a Luis Guillermo Restrepo, director de opinión de este diario, haberme convertido en columnista. En 2007 acababa yo de publicar un libro, Los señores de la guerra, sobre los paramilitares en Colombia. Él lo había leído y en una reunión en Cartagena me convenció de escribir una columna semanal para este periódico.

Confieso que acepté, lo que él supo luego, porque en ese momento pensé que al día siguiente, luego de los whiskies y una exquisita cena árabe, se iba a olvidar de la propuesta. No fue así. Entonces ya era un compromiso. Mi resistencia a escribir la columna semanal no era por orgullo de pasar de escribir textos extensos de ciencias sociales a asuntos de actualidad, ni pereza por añadirme un hábito periódico, sino que me sentía inseguro de ser capaz de escribir columnas sin haber tenido mayor práctica. Era otro formato, otro modo de escrituras, otro público.

No fue fácil. Efectivamente, la escritura de columna es un proceso que demanda entrenamiento. Es más, me avergüenzo hoy de mis primeras columnas. Evito volverlas a leer. Aprender a concretar la escritura en una sola idea, máximo dos, para que el argumento sea contundente en 3400 caracteres, ni uno más, no se aprende de la noche a la mañana.
Toma un rato largo y solo con el tiempo uno se siente lo suficientemente seguro para utilizar chistes y episodios anecdóticos para ambientar la idea de la columna.

Pero eso es solo la parte de la forma y del entrenamiento en un tipo específico de escritura. El fondo es más complicado. Es necesario cada semana tener un tema, una idea y un argumento atractivo para los lectores. Raras veces surge de espontáneo durante la mañana del día antes de publicar la columna, que es el plazo de envío. Toca, a lo largo de la semana, buscar un potencial tema en cada noticia, libro leído y reflexión sobre la sociedad. Luego toca pensar en el contenido y la idea concreta que se quiere proponer, de modo que al final de cuentas sea un argumento coherente. Pasa muchas veces que uno tiene una idea que aún no está lista para ser una columna. La rumia semanas y semanas hasta que encuentra la forma de convertirla en argumento o simplemente ocurre que alguna coyuntura facilita su escritura. Suelen ser las mejores columnas.

El gran temor es convertirse en el parlante de un argumento repetitivo.
Hay muchas tentaciones. Así uno pretenda negárselo a la consciencia, existen demasiados prejuicios ideológicos a la hora de aproximarse a cualquier tema. Debo ser honesto, mi principal prejuicio es mi convencimiento que la democracia liberal es la mejor forma de gobierno. Me aterra el cierre de libertades: de expresión, de empresa, de pensamiento, etc. Muchos de mis críticos tienen razón a la luz de ese sesgo. De hecho, tengo que admitir que a ratos uno puede, inconscientemente, traspasar la difusa línea que hay entre el opinador y el activista. Cada semana es un arduo trabajo evitar esa línea.

Como puede verse, escribir columnas medianamente bien y con un mínimo de honestidad no es fácil. No es sentarse un par de horas el día antes a redactar las ideas que a uno se le ocurran. Exige mucho tiempo y esfuerzo en reflexiones y depuración de la escritura. Desgasta. Y cuando uno no está en las condiciones personales para corresponder a ese compromiso, al menos como lo venía haciendo, es mejor hacer una pausa.

Ojalá sea lo menos larga posible. Muchas gracias, Luis Guillermo.
Sigue en Twitter @gusduncan