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Las apariencias no engañan

El país cada vez le cree menos a quienes lo manejan porque la evidencia constantemente desnuda sus dobles intenciones y unas actuaciones opuestas a una mínima noción de la ética pública.

14 de diciembre de 2018 Por: Gustavo Duncan

Al final se impuso la tesis de un fiscal ad hoc para Odebrecht. La clase política y la dirigencia nacional entienden que es necesario mostrar una fachada de legalidad ante la sociedad y la decisión más razonable es nombrar un juez especial para el caso que ofrezca algún tipo de credibilidad. Sin embargo, las apariencias no engañan, el país cada vez le cree menos a quienes lo manejan porque la evidencia constantemente desnuda sus dobles intenciones y unas actuaciones opuestas a una mínima noción de la ética pública.

La figura de la fiscalía ad hoc es tan solo una solución coyuntural para evadir la salida obvia que era la renuncia inmediata de Néstor Humberto Martínez. Las grabaciones de Pizano no dejan ningún margen de duda de que el Fiscal rompió cualquier base de confianza para que la sociedad pueda creer en él. Peor aún, muchas de sus decisiones como la persecución contra Andrade, la sordera frente a testigos internacionales que no fueron llamados a declarar a pesar de su disponibilidad, las dilaciones y maniobras para detener a Prieto por un caso distinto a Odebrecht y el vencimiento de términos del caso de Parodi y Álvarez, parecieran ser el resultado de un intento deliberado de evitar que el escándalo crezca y le llegue a terceros más poderosos.

Al menos ante los hechos esa es la sensación que deja el Fiscal frente a la opinión. Y sobre un fiscal que pesen semejantes dudas no puede haber confianza de la ciudadanía. Debe renunciar y punto. Luego podría venir o no algún tipo de sanción administrativa o judicial, pero eso es lo de menos ante la pérdida de legitimidad para volver a ocupar un cargo en el Estado. La credibilidad de la sociedad en el Estado reposa en la forma como perciben las actuaciones de sus dirigentes y si no ven un verdadero compromiso y apego a conductas éticas, la gente simplemente deja de creer en ellos.

A eso es a lo que va a conducir la Fiscalía ad hoc. Si el fiscal encargado no adelanta una investigación seria que demuestre que los sobornos de Odebrecht efectivamente llegaron a contaminar funcionarios y diversas campañas políticas, incluyendo varias presidenciales, y, lo más grave, que las actuaciones del fiscal Martínez estuvieron dirigidas a proteger a varios de estos funcionarios y candidatos, el país va a creer que, en efecto, todo se trató de una fachada para salvar la reputación del Fiscal y a los involucrados en el escándalo. De hecho, esto es lo más probable que suceda: un deterioro lento y progresivo de la confianza de la ciudadanía en su clase dirigente hasta el punto que esté dispuesta a aventurar con cualquiera que ofrezca una alternativa distinta. Ojalá no aparezca algún caudillo civil o militar que le endulce el oído.

Pero aún si el Fiscal ad hoc decide hacer su tarea juiciosamente no parece garantizado que sea posible una recuperación de la confianza. Ya existe el precedente del proceso 8000 en que el Fiscal hizo bien la tarea y el país se sumió en una de sus peores crisis políticas que minó la credibilidad en las instituciones del Estado. El caso podría repetirse fácilmente, solo hay que imaginar al fiscal encargado destapando las actuaciones del fiscal Martínez y este desesperado agarrándose al cargo para evadir la Justicia, al tiempo que la clase política lo apoya.

De momento, no hay nada que hacer porque el Fiscal no renunció, ni el establecimiento lo obligó a hacerlo.