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La opción que no fue

El hecho que la segunda vuelta sea entre el uribismo y Petro ha llevado a reforzar la idea de la polarización. A la vez se habla de un centro debilitado, menor en tamaño que los extremos.

15 de junio de 2018 Por: Gustavo Duncan

El hecho que la segunda vuelta sea entre el uribismo y Petro ha llevado a reforzar la idea de la polarización. A la vez se habla de un centro debilitado, menor en tamaño que los extremos. Pero al escarbar bajo las cifras se encuentra que las divisiones son más complejas que la dicotomía entre izquierda y derecha.

Lo que está en juego es más que dos visiones matizadas de la izquierda y la derecha en una democracia liberal. Es decir, no es acerca de si el gobierno interviene más en la economía o baja los impuestos y deja mayores espacios al mercado, si tiene una visión más o menos conservadora de los temas sexuales, si se alinea con amplias coaliciones en el Congreso o si se cierra a los respaldos de su propio partido, etc.
Nada parecido a eso. Lo que está en juego son proyectos políticos excluyentes entre sí y, de paso, el fracaso de un proyecto, en apariencias de centro, pero que en realidad era una reivindicación de la democracia liberal y de la despolarización de la sociedad.

El proyecto de Petro es obvio. Se trata de la aplicación tardía del populismo de izquierda radical que arrasó en muchos países latinoamericanos en las dos últimas décadas. Casi seguro con sus vicios de incompetencia, despilfarro y, por qué no decirlo, corrupción.

Por su parte, el proyecto de Uribe, bajo la candidatura de Duque, es menos obvio. En apariencias es la reivindicación de una derecha recalcitrante. En la práctica, Duque hace parte del sector menos conservador del uribismo, sobre todo en temas de comportamientos y conductas privadas, y su gobierno se basará más en la clase política de siempre que en los activistas de derecha. Ya el Partido de la U, Cambio Radical y demás partidos que estaban con Santos se fueron para allá.

Podría decirse que el proyecto uribista es la reivindicación de la política tradicional, dentro de las reglas del juego de la democracia, al servicio de una plataforma de gobierno con unos lineamientos de derecha muy concretos, los cuales todo el país conoce. Por supuesto, es un proyecto que necesariamente cae en la corrupción porque está basado en acuerdos con una clase política acostumbrada a convertir en privado los recursos públicos.

Por su parte, el proyecto de Fajardo buscaba la modernización de la democracia a partir de la ruptura con vicios en la forma de gobernar, en especial con la corrupción y el clientelismo, y de un uso racional de la administración pública. También era la reivindicación de un proyecto mucho más liberal de estado y de unión entre los diversos sectores de la sociedad: el fin de la polarización política. La razón para el fracaso de este proyecto, al que le faltó solo un pequeño margen de votos para pasar a segunda vuelta, tuvo que ver mucho con los liderazgos.

Fajardo nunca lo defendió como un proyecto político sino como la conveniencia de una forma de gobernar. Le faltó vigor para lanzar el mensaje que el país debía dejar atrás la división entre izquierda y derecha y no fue capaz de denunciar con contundencia los vicios de la clase política. Por su parte, a Claudia López, quien sí tenía las habilidades comunicativas para construir ese mensaje político, le pasaron factura sus cercanías con la izquierda y su fervor antiuribista. Terminó en las toldas de Petro. Así es imposible construir un discurso creíble de unión y de reivindicación de la democracia liberal.

No fue esta vez. Ojalá en 2022.

Sigue en Twitter @gusduncan