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Justificación moral

En columnas pasadas he escrito sobre cómo el sentimiento de superioridad moral se ha difundido en la política colombiana.

11 de diciembre de 2020 Por: Gustavo Duncan

En columnas pasadas he escrito sobre cómo el sentimiento de superioridad moral se ha difundido en la política colombiana. Durante los tiempos del conflicto muchos sintieron que sus propósitos políticos perseguían causas superiores para la sociedad, por lo que los efectos colaterales de los medios utilizados bien podían legitimarse moralmente.
Fue así que muchos pensaron que en el nombre de la revolución estaba bien el sacrificio de una generación de niños campesinos, de decenas de miles de secuestrados y demás víctimas de la guerrilla.

La aceptación de la violencia insurgente se ha extinguido pero el sentimiento de superioridad moral persiste. Muchos dirigentes y analistas que se reconocen como progresistas creen que pueden pasar por encima de las libertades del resto de la sociedad tan solo porque están convencidos que el modelo de sociedad que ellos imaginan es más justo social y económicamente y más responsable con la naturaleza.

Pero la superioridad moral no es el único sentimiento moral que ha marcado el conflicto reciente de Colombia. La justificación moral estuvo detrás de muchas decisiones que se tomaron y que, al igual que el sentimiento de superioridad, condujeron a generar cantidades inimaginables de víctimas. La gran diferencia del sentimiento de justificación con el de superioridad es que mientras el último se basa en un ideal sobre lo que debería ser la sociedad, el primero se basa en el agravio realizado y, en consecuencia, en la legitimidad de lo que se hace para redimirlo.

En gran parte la decisión de tomar las armas contra el Estado por parte de las guerrillas marxistas se fundaba en los agravios contra los sectores oprimidos. No todo era la sociedad ideal que la revolución ofrecía al final de la guerra. Había mucho de alivio de situaciones concretas para ganar a la causa a campesinos y estudiantes universitarios. La injusticia justificaba moralmente la violencia.

El caso de Escobar es paradigmático en ese sentido. En ningún momento su guerra contra el Estado estuvo justificada en un sentimiento de superioridad moral. Todo lo contrario, su planteamiento era que en un país tan desigual y tan injusto era inmoral que las élites impidieran los procesos de movilidad social desde el narcotráfico. La justificación moral de los asesinos de los barrios que hicieron su guerra era la humillación social en que vivían y la ilegitimidad de las élites colombianas para exigir una economía ilícita por la histórica corrupción del país.

Los paramilitares quisieron crear un discurso que los hiciera moralmente superiores a las guerrillas, pero en la práctica lo que predominó fue el sentimiento de justificación moral: los agravios y la opresión de las guerrillas los llevó a tomar medidas de legítima defensa, por fuera de los canales institucionales.

Afortunadamente, en muchas de sus formas el sentimiento de justificación moral ha sido superado, sobre todo en lo que concierne a lo relacionado con la violencia. Sin embargo, también sigue presente en aspectos nocivos de la contienda política. El temor a una dictadura populista, para muchos, es una justificación moral suficiente para apelar a comportamientos que desbordan las instituciones democráticas como mecanismo que impida la legitimidad del adversario político.

Y esto ocurre tanto en la derecha con el temor al castrochavismo, como en la izquierda con el temor al ‘fascismo’.

Sigue en Twitter @gusduncan