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El rostro de la tragedia

La culpa la tiene un solo hombre: Chávez. Fue él quien llevó a un pueblo, de manera innecesaria, a un apocalipsis.

7 de septiembre de 2018 Por: Gustavo Duncan

Las imágenes recuerdan la novela La carretera de Cormac McCarthy, en que un padre y su hijo pequeño atraviesan un país en llamas luego de una hecatombe. Viajan empujando un carrito de mercado a través de una carretera, de las pocas construcciones humanas que sobrevivieron al apocalipsis, para buscar la costa. Es su última esperanza, de pronto allí encuentran un lugar donde rehacer sus vidas.

Las imágenes son la de venezolanos atravesando un páramo. Caminan sobre una carretera serpenteante desde trescientos metros sobre el nivel del mar bajo un sol y una humedad devastadora hasta arriba de los 3500 metros donde la temperatura llega a descender a bajo cero. Luego bajan hasta Bucaramanga, son desde la frontera alrededor de 200 kilómetros. Pero es solo el comienzo del camino. De allí les pueden esperar otros miles de kilómetros hasta el destino final, sea en Colombia, Ecuador o Perú, donde al igual que los personajes de La carretera, esperan rehacer su vida.

La carretera que caminan los venezolanos no está rodeada por las llamas, ni de un paisaje que se desmorona por una hecatombe. Su apocalipsis está en el otro lado de la frontera. Le huyen al hambre, a los estantes vacíos en los supermercados, y al miedo, a las bandas delincuenciales que hacen lo que les da la gana en las calles. La causa no fue una tragedia natural como en la novela. La culpa la tiene un solo hombre: Chávez. Fue él quien llevó a un pueblo, de manera innecesaria, a un apocalipsis.

El resto de Estados populistas de izquierda en la región tuvieron problemas. La libertad de expresión, la alternancia en el poder, el respeto a la institucionalidad, y muchos otros principios básicos de la democracia, fueron pasados por la faja. Pero solo fue Chávez a quien se le ocurrió imitar a Fidel. En su delirio quiso parecérsele, relevarlo en su papel de gran líder mundial comunista. En su locura llegó tan lejos que le propuso a Fidel unir los dos países. Fidel tuvo que ponerle los pies en la tierra.

Y esas eran las locuras graciosas. Porque estaban también las locuras que acabaron en tragedia. Primero decidió armar los colectivos para defender la revolución con civiles armados. Los bandidos tuvieron armas como nunca y el respaldo del Estado. Harían de las suyas con la ciudadanía. Luego se le ocurrió que expropiar era divertido y que cualquiera podía trabajar en Pdvsa, total extraer petróleo no debía de ser un asunto muy complicado.

Todo quedó armado para que ocurriera lo inevitable: el miedo y el hambre. Pero había más. Chávez decidió nombrar a miles de generales para blindar su régimen con el poder militar y, luego, cuando supo que su muerte era inevitable, hizo elegir a Maduro de presidente. Solo circunstancias excepcionales permiten llegar a personajes como él al poder.

Maduro garantizó la continuidad de las políticas de Chávez, de modo que el camino al apocalipsis estaba asegurado. El puntillazo final fue el bajón de los precios del petróleo y que en ningún momento la voracidad de la camarilla del gobierno y de las fuerzas armadas se contuvo. No fue que Maduro hubiera cometido un error, fue que continuó la obra de Chávez al pie de la letra. Era un final anunciado.

Lo que era difícil imaginarse era el rostro de la tragedia en imágenes de miles de venezolanos atravesando páramos a pie, como una parodia cruel del cruce de los Andes que dos siglos antes hizo Bolívar.

Sigue en Twitter @gusduncan