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Al centro político se le ha vilipendiado durante estos últimos tiempos. Un candidato presidencial lo acusa de asexuado y se atreve incluso a decir que en realidad no existe.

25 de septiembre de 2020 Por: Gustavo Duncan

Al centro político se le ha vilipendiado durante estos últimos tiempos. Un candidato presidencial lo acusa de asexuado y se atreve incluso a decir que en realidad no existe. No ser parte de las fuerzas políticas que demandan las transformaciones en justicia social, democracia, cuidado del medio ambiente y demás agenda progresista es, de acuerdo a él, ser uribista.

Muchos uribistas también se sienten cómodos con la clasificación de un mundo político en blanco y negro, entre quienes quieren instaurar un régimen antidemocrático como el de Venezuela y entre quienes para salvar la democracia llaman a saltar por encima de las instituciones. Una senadora del Centro Democrático no tuvo reparos en llamar a la reserva militar para que tomara acciones cuando Uribe fue detenido.

La verdad es que, pese a la tendencia hacia reducir el próximo debate presidencial entre dos bandos polarizados al borde de transgredir la institucionalidad, existe un centro político de un enorme valor para la preservación de la democracia y de la sociedad liberal en Colombia.
Estas fuerzas de centro no hacen parte de un partido particular. Más bien están compuestas por miembros de los diversos partidos y movimientos que abundan en el atomizado sistema político colombiano.

El presidente Duque, por ejemplo, fue elegido por el Centro Democrático. Se esperaría que tuviera posiciones más duras en cuanto a reformas institucionales que neutralizaran las cortes y la rama Judicial.
Pero hasta ahora no se ha comprometido con una agenda legislativa que ponga a las cortes entre la espada y la pared. Ni siquiera luego de la detención de Uribe ha reaccionado en ese sentido. Salvo algunas declaraciones que pueden ser interpretadas como irrespetuosas de la independencia de la Justicia, las instituciones parecieran estar a salvo.

Así muchos lo consideren un presidente autoritario o que esté en proceso de una toma autoritaria del Estado, se ha mantenido dentro de un margen de centro. Eso no quiere decir que necesariamente por ser de centro sea un buen presidente, de hecho las encuestas tratan muy mal su desempeño y favorabilidad, pero al menos ofrece garantías para la preservación de unas instituciones que nos garantizan la democracia y las libertades.

A Fajardo, a quien desde el petrismo acusan de ser un uribista de bluyín, también hay que reconocerle su compromiso con posiciones de centro que no son nada melifluas. Su talante un poco apagado, o tibio como lo acusan los más radicales, esconde en la práctica una agenda de respeto por el Estado de Derecho y la Constitución existente. Igual sucede con Claudia López, ya desde una posición personal más beligerante. Por supuesto, la lista de dirigentes es más larga.

Lo que defienden es sumamente importante en la coyuntura actual. Son temas delicados porque eventualmente en 2022 puede ganar un presidente que cuestione la independencia de las cortes o la libertad de empresa o de expresión. Aunque el sistema de contrapeso de un Estado democrático se basa en la separación de las ramas Judicial, Legislativa y Ejecutiva, sin prensa libre o empresas privadas que interactúen como gremios ante la sociedad, el sistema de contrapesos también se vería deteriorado.

En manos del centro político está evitar que en 2022 el país se vea tentado a apostar por la destrucción de estas instituciones tan básicas. Claro que existe y lo necesitamos más que nunca.

Sigue en Twitter @gusduncan