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Ni encerrados a salvo

Para los millennials caleños la calle siempre ha sido un espacio para evitar (al menos para los privilegiados que sí lo pueden hacer).

6 de octubre de 2021 Por: Gustavo A. Orozco Lince

No es casualidad, ni un estilo arquitectónico autóctono, que en Cali las casas estén llenas de rejas. No se salva ningún piso, ningún garaje, ninguna ventana cuando los ladrones y las historias de robos cada vez parecieran más sacados de una película de ficción. Y parece fantasía, tanto por sus métodos suprainnovadores como por la facilidad con que nos roban una y otra vez sin la más mínima consecuencia.

Tampoco es casualidad, ni puro gusto, que el plan dominguero de muchos sea ir a vitrinear a un centro comercial. Muy atrás quedaron los planes de los papás de mi generación que crecieron entre parches de la esquina, de deporte en la calle del barrio o de encuentros relajados en cualquier andén. El susto nos ha encerrado cada vez más entre cuatro paredes.

Para los millennials caleños la calle siempre ha sido un espacio para evitar (al menos para los privilegiados que sí lo pueden hacer). Evitamos el espacio público en una región bendecida por su clima, su brisa y su riqueza natural. Y con razón. La mayor parte de los delitos de impacto se cometen en espacio público. A los caleños, muy claramente lo muestran los datos, no los matan en sus casas.

Lo más triste es que nos seguimos y seguiremos refugiando detrás del concreto. Ante la incompetencia y desinterés por el manejo de la seguridad ciudadana, a la gente ordinaria no le queda de otra que mitigar los riesgos. Nadie es tan pendejo como para no evitar arriesgar su propio pellejo. Pero esa, como la excusa de no dar papaya que nos meten todos los días, no es ninguna solución.

La cosa está tan complicada en Cali que ya ni encerrarnos es una garantía. Lo que pasó en el Centro Comercial Centenario es la prueba más clara de que los bandidos sienten que tienen carta blanca para hacer lo que sea. Una balacera en un barrio y un espacio comparativamente seguros es evidencia clara que no hay mucho para celebrar en la lucha contra el crimen en la ciudad. Estamos retrocediendo. Estamos cediendo espacio a los criminales a medida que se reduce la inversión, se reduce la prioridad y se reducen los resultados como consecuencia.

La indiferencia de la alcaldía, entre cifras amañadas sin vergüenza y la ausencia definitiva de estrategias reales para reducir el delito, es sinceramente incomprensible. La obligación más elemental de un gobierno (el que sea) es proteger la vida de sus ciudadanos. Un Estado incapaz de hacerlo, se acerca bastante a ser un Estado fallido.

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