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Zapaticos sí, Uber no

Los zapaticos se quedan hasta que se acaben, pero Uber se va ya. Esa es la síntesis de las decisiones tomadas la semana pasada por ese binomio Gobierno-Justicia.

12 de enero de 2020 Por:

Los zapaticos se quedan hasta que se acaben, pero Uber se va ya. Esa es la síntesis de las decisiones tomadas la semana pasada por ese binomio Gobierno-Justicia que todos los días se empeña en demostrar su ineficacia en relación con los objetivos que dice buscar: hacer prevalecer la legalidad y dar prioridad a la seguridad de los usuarios; nada menos conducente que dejar que sigan funcionando los zapaticos y sacar a Uber.

Vimos otra vez cómo la burocracia con sus multiformes revestimientos, jueces, tecnócratas, asesores o legisladores, le busca problemas a las soluciones y deja los problemas sin resolver. Uber es un importante desarrollo tecnológico para contactar extremos de un mercado, que resolvía problemas de oferta de calidad y disponibilidad diferentes a comprar más carros particulares. En una porción muy importante los usuarios de Uber no parecían ser usuarios regulares de taxis, sino personas que de no contar con esa posibilidad, sacarían sus propios carros a la calle a lidiar con las pésimas condiciones de movilidad en las ciudades.

Pero bueno, la Superintendencia de Industria y Comercio vio otra cosa y zanjó la pelea en favor de los taxis, en los mismos días en que a los dueños de taxis (no a los taxistas) se les dijo que los zapaticos se acaban en serio, pero cuando se acaben, es decir durante años podrán seguir transitando no obstante que son la ilegalidad ambulante. Son estrechos, inseguros, incómodos y malolientes. No es posible que estén calificados bajo ningún estándar de calidad para proteger al pasajero o darle un servicio decente, cuando ni siquiera pueden transportar dos viajeros con maletas al aeropuerto porque el habitáculo es tan estrecho que no sirve para ese simple propósito.

Así quedó satisfecho un gremio que ha demostrado su poder bloqueando ciudades cuando se trata de regularlos o llevarlos a implementar tecnologías que hagan difícil el abuso y den seguridad al pasajero. La experiencia de Bogotá es clara: luego de meses de expedida la norma para implementar el uso de tabletas en los taxis más del 90% de los taxistas seguían sin obedecerla.

En cambio, el problema de fondo del servicio de taxis sigue sin resolverse. Además de la incomodidad y la inseguridad, la experiencia del taxi en Colombia es mala porque sus conductores forman uno de los gremios más desapacibles y agresivos que hay, porque son el eslabón final y débil de una cadena poderosa de reales propietarios que les imponen unas condiciones miserables de trabajo. En el punto del servicio final no hay un dueño proveedor y un usuario, sino éste ante un arrendatario de un carro por horas. El real dueño del taxi es una persona muy rica que tiene carros que alquila a conductores que no tienen nada. Y es así porque el negocio de los dueños de los taxis no es el servicio, sino el cupo, que se dice cuesta 80 millones de pesos, casi ocho veces el valor del carro. El monopolio de cupos no está en manos de los taxistas, sino de los dueños que no es extraño que tengan 10 o 20 taxis, es decir de 800 o 1600 millones en cupos. Ellos son los beneficiarios reales de las decisiones de la SIC y el Gobierno, no los conductores que siguen sometidos a unas condiciones miserables y a interactuar desde ellas con los usuarios. El inmenso negocio detrás quedó sin tacha, porque como la engañifa fácil era echarle la culpa a Uber, a nadie se le ha ocurrido meterle la mano a la legalización laboral de los taxistas.

AHORA EN Guillermo Puyana Ramos