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El naufragio de la tutela

La cirugía a corazón abierto y sin anestesia que hay que hacerle a la acción de tutela se intuye desde hace años

21 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

La cirugía a corazón abierto y sin anestesia que hay que hacerle a la acción de tutela se intuye desde hace años, pero quedó clarísima el pasado 14 de febrero cuando en su discurso de salida de la presidencia de la Corte Constitucional, Alberto Rojas dijo que el 66% de las tutelas no se cumplen. Muy orondo el presidente entrante, Antonio José Lizarazo, dijo que en efecto la cosa está muy mal y que la Procuraduría General de la Nación debería tomar cartas en el asunto.

Ninguno dijo qué van a hacer desde la Constitucional para resolver una crisis que mucho tiene qué ver con su propia gestión como ‘órgano de cierre’. Le pasan la pelota a otro, muy al estilo de la burocracia colombiana.

Las virtudes innegables de la tutela, la que la llevaron a su consagración en la Asamblea Constituyente de 1991 duraron muy poco precisamente porque por una serie de teorías supuestamente garantistas,
supuestamente democráticas, y supuestamente liberales, terminaron convirtiéndola en el esperpento que hoy es: sirve para todo menos para lo que fue diseñada, pues ahí es donde más se siente el fracaso del 66% de las decisiones.

Tutelas para derechos no fundamentales, tutelas en manos de poderosos para saciar sus vanidades o lamerse las heridas, tutelas masivas en contra del carácter individual, tutelas usadas como un juego político llamado tutelatón, tutelas en animalistas para satisfacer por vía judicial lo que no logran por argumentación. Ha habido tutelas de presos para poder tener pornografía con el argumento que impedirlo sería una forma de censura.

Y lo peor: tutelas que declaran el estado de cosas inconstitucional, un padecimiento orgánico y permanente, estructural, del Estado porque las tutelas ayudaron a empeorar lo que ya venía mal.

Hay derechos fundamentales sistemáticamente desconocidos, como la salud donde según el sonriente expresidente de la Corte, Alberto Rojas, se concentra el 94% del problema.

Conozco tutelas de protección de los derechos de víctimas de desplazamientos a regresar a su tierra, que se emitieron hace 5 años y ahí siguen las cosas igual con conocimiento de la Corte Constitucional. Sé de un magistrado de la Corte Suprema que ya ni le importa fallar dentro del término que sus demás compañeros aún se esfuerzan por cumplir. Es vergonzoso.

Pero proponer reformar la tutela es peligroso en el ambiente encendido de la opinión pública colombiana. El riesgo de que quien proponga una reforma para evitar que sigan los vicios que la han llevado a su postración, sea tildado de fascista son muy altos y los congresistas le tienen miedo al ruido que se genera desde la otra orilla.

En esa orilla hay gente bien intencionada, preocupada porque no se afecte el más importante mecanismo de acceso a la justicia creado en los últimos 50 años. Pero también hay mucho mercachifle lucrándose y más de un académico llenándose falsamente de gloria con el abuso de la tutela, mientras el 66% de las acciones terminan en desacato.

El problema está a la vista de todos y debería haber consenso partidista para resolverlo. No es sano para el país ni para el sistema judicial que dilatemos la solución.

A los que gritan exigiendo la intangibilidad de la tutela, les digo que empecemos con que si el 66% de lo que defienden se desacata, es porque no está funcionando, los ciudadanos no reciben protección, el argumento es hipócrita.

Con Alberto Rojas, recordé el poema “¿De qué se ríe?”, de Mario Benedetti, quien a veces tenía buenos versos: “Usté es el palo/mayor de un barco/que se va a pique”.

AHORA EN Guillermo Puyana Ramos