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A nadie le gusta ver sufrir a un niño y menos a los padres. Por eso muchos padres y madres evitan que sus hijos se frustren.

30 de noviembre de 2020 Por: Gonzalo Gallo

A nadie le gusta ver sufrir a un niño y menos a los padres. Por eso muchos padres y madres evitan que sus hijos se frustren.

No aceptan que el dolor sea su maestro y se adelantan a sus posibles equivocaciones con una dañina sobreprotección.

Sin embargo, las buenas intenciones de los padres pueden estar abonando el camino para lograr justamente lo contrario.

“No por intentar tapar o negar emociones como la confusión, la tristeza o la ira, estas desaparecen”.

De hecho, cumplen su función, ya que hablan del deseo del niño y llegan a enseñar algo valioso.

Un niño necesita sentirse respetado, escuchado y querido, incluso en medio de la confusión, la tristeza y la ira.

Es capaz de encontrar modos de elaborar e integrar aspectos difíciles o complejos de manera sana y significativa.

Esto señala Marta Reinoso Bernuz, profesora de estudios de sicología y ciencias de la educación en España.

Sigue en Instagram @Gonzalogallog

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