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Al saludar y al despedir el día creo el hábito de dar gracias sin cesar porque he comprobado que la gratitud trae felicidad.

10 de diciembre de 2017 Por: Gonzalo Gallo

Hoy me amo, confío y tengo presente que la vida está llena de magia y milagros que quizás no percibo cegado por la rutina y el inconformismo.

Respirar es un milagro y caminar es otra maravilla, aunque eso sólo lo aprecie aquel que recupera la vista o sale de una parálisis.

Hay magia en el amor, la ternura, la sonrisa, los niños, la creación, y esos regalos me estremecen si elijo asombrarme.

Valoro tantas bendiciones y pienso en el ciego que sonríe, el lisiado que no se queja y el enfermo que está tranquilo y positivo.

Soy como el obrero que le dice al compañero que se renegaba de su labor: “Da gracias de que tienes trabajo y no estás desempleado”.

Hoy quiero imitar a los Incas que, fascinados con el sol, pensaban que algún día se iba a cansar y tendrían un amanecer con tinieblas y sin luz.

Por eso saludaban cada mañana su llegada con ritos jubilosos, sin acostumbrarse a ese milagro permanente.

Al saludar y al despedir el día creo el hábito de dar gracias sin cesar porque he comprobado que la gratitud trae felicidad.

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