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¿Urbanidad de Carreño?

La recién posesionada secretaria de educación del Valle Mariluz Zuluaga escribió en sus redes que al pasar camino a su oficina, encontró un ejemplar de “la cartilla de urbanidad que estudiábamos en las aulas (…) Lástima que la cátedra ya no está".

20 de enero de 2020 Por: Gloria H.

La recién posesionada secretaria de Educación del Valle, Mariluz Zuluaga, escribió en sus redes que al pasar camino a su oficina encontró un ejemplar de “la cartilla de urbanidad que estudiábamos en las aulas (…) Lástima que la cátedra ya no está, cuánta falta hace inculcar en los niños el civismo, respeto, deberes y derechos”.

Respetables palabras que merecen una mirada crítica y abren un debate sobre la validez de regresar a saberes que se transmitieron en otras épocas. Porque es obvio que si eso se enseñó, si la gran mayoría de padres y madres de una generación lo recibieron y lo valoran en grado máximo, ‘algo’ le debió pasar a ese conocimiento que según lo añoran, no lo tienen las nuevas generaciones. Lo recibieron pero no lo transmitieron, ¿qué sucedió?, ¿dónde se embolató?

Lo primero, elemental, es el fracaso de esa Urbanidad de Carreño. O por ilusa, o por perfecta o por desenfocada. Tan es un fracaso que todas las generaciones que fueron educadas con la cartilla (y con esa filosofía) primero, no lo practican: ¿Cómo anda el mundo educado con cartilla de Carreño? ¿Es necesario justificar sus resultados? Y segundo, si las nuevas generaciones no se comportan al estilo Carreño, si no lo vivencian, fue porque las anteriores generaciones no lo creyeron, no lo valoraron lo suficiente y por lo tanto no lo transmitieron. No son los jóvenes los responsables de no vivirlo. El problema no es de quienes no lo conocen y no lo pueden practicar. ¿Dónde está entonces el quid del asunto?

Cuando alguien se queja del cambio de valores, de aquello que las nuevas generaciones no practican, es como si estuvieran escupiendo para arriba. ¿A quién le cae esa falencia? ¿De quién es la responsabilidad? Lo que sucede es mucho más complejo, no es tan sencillo como ‘resucitar’ viejas creencias o prácticas de vida donde el mundo era muy pero muy diferente. No podemos educar a las nuevas generaciones como educaron a las anteriores por una sencilla razón. Ese mundo ya no existe. Y si no hay una adecuación a la modernidad (con lo bueno y malo que ello represente) no hay forma de vivenciarlo.

El mundo se mueve, lo único que permanece es el cambio. Pretender educar con espejo retrovisor es temor a enfrentar nuevas situaciones que confrontan y obligan a que todos, viejos y jóvenes, revisen valores y patrones que no deben permanecer inamovibles. ¿Qué tal el ‘valor’ de la virginidad? ¿Qué tal el sentido de autoridad donde no se podía cuestionar lo que producía una injusticia o un sometimiento? ¿Cuál es el concepto de irreverente para la cartilla de urbanidad? ¿Hablamos de vestimentas? El respeto por los mayores es obvio pero, ¿si el mayor no respeta al joven porque se cree poderoso, este debe callar? ¿Qué es respeto: cómo interactúa con aguantar y someterse?

Imposible que no puedan existir pautas de convivencia donde la palabra y la emoción de todos sea tenida en cuenta. Donde el niño, el joven y el adulto, sean tratados con igual consideración. ¿Qué tanto en esos viejos valores de autoridad y poder se transmitió la idea de ‘obedecer’ a los deseos de los mayores, cualesquiera que estos fueran? ¿Cuántos abusos se han vivido a nombre de la urbanidad de Carreño? Todo no se debe tirar por la borda, pero igual al pie de la letra, imposible. ¿Asusta crear nuevas modalidades?

Sigue en Twitter @revolturas

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