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Cuando el fútbol ‘enloquece’

No es fácil explicarlo porque cuando las emociones se apoderan de una...

28 de noviembre de 2016 Por: Gloria H.

No es fácil explicarlo porque cuando las emociones se apoderan de una persona, no existe la posibilidad de racionalizar la respuesta. Sólo es visceral y desde las entrañas lo único que se permite es vibrar en esa emoción. ¿Quién piensa en ese momento? Aún cuando parezca inútil sí existe una explicación para esa sensación que enloquece y que te ‘saca’ de ti mismo para diluirte en un grupo que te invisibiliza como sujeto pero te da identidad como grupo. Además, hay quienes lo necesitan para sobrevivir, para saber que existen, no como persona sino como parte de un todo, de un grupo, de un clan. Ese nivel de conciencia requiere ‘esa conexión’. Los niveles de conciencia no se conocen porque no se enseñan. La cultura occidental se centró en la mente intelectual como principal valor donde la inteligencia es la reina del paseo. Ser inteligente significa ser capaz, poderoso, eficiente, saber desempeñarse correctamente y obrar con justicia. Sin embargo siglos de historia, prueban que la inteligencia ‘no lo es todo’. Existe un elemento (por llamarlo de alguna manera) que engloba todo el comportamiento humano. Estamos hablando de consciencia pero de una consciencia que no es sinónimo de inteligencia. En lenguaje sencillo, consciencia es la capacidad de integrar los aspectos de un individuo consigo mismo y con su entorno, ‘caer en la cuenta’ de lo que se está viviendo y ser coherente. La inteligencia forma parte de la consciencia pero no es el piloto del carro. La consciencia es entonces lo que ‘amarra’ el comportamiento, lo integra y lo hace consciente y responsable de su desempeño.Existen siete niveles de consciencia. El más elemental es el de sobrevivencia. Básico, arcaico su prioridad es sobrevivir. Ni siquiera existe un otro afuera. Un yo totalmente egoísta domina este nivel: agua, alimento, sexo y seguridad son básicos para la supervivencia que depende de hábitos e instintos. Viene un segundo nivel denominado mágico animista cuyas características principales son una radicalización extrema entre el bien y el mal. Los que están conmigo son buenos, los otros son malos. Los espíritus malos hay que conjurarlos. Se requieren hechizos y rituales. La tradición y los ancestros cohesionan el grupo donde formar parte de este, es más importante que existir como individuo. Bueno, qué pena, aquí en este nivel clasifican las barras de los equipos deportivos, donde la ‘tribu’, el clan, la horda, protege, ampara, da identidad. Es la ‘familia sustituta’. Es aquello que te da nombre porque pareciera que te sientes disperso, no sientes una conexión con nada interno o externo y el equipo aporta vincularidad. Los de mi equipo son ‘los buenos’. Cualquier otro color de camiseta es ‘enemiga’, se vuelve una amenaza para la fragilidad de mi identidad. Se requiere la ‘protección’ del grupo, del color, de los símbolos (barra, nombre, cantos, hechizos) que protegen de la amenaza externa. Vibrar de una manera fanática por cualquier grupo u organización, donde sólo obedeces o sigues instrucciones, es visceral y necesario. Pertenece al nivel mágico animista de consciencia. El grupo te maneja y te domina. No soy yo, somos nosotros. Existen más niveles de consciencia, lo importante es señalar dónde se engarza el fanatismo deportivo representado por el fútbol que enloquece.  Sigue en Twitter @revolturas

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