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Antioquia grande y ¿excluyente?

El mundo en blanco y negro puede verse así: buenos y malos. Pero al cambiar los adjetivos por expresiones como incluyente y excluyente, se lee diferente.

8 de julio de 2019 Por: Gloria H.

Tengo por Antioquia gran admiración. Es la tierra de los ancestros de mis hijos. Ha sido pujante, echada pa’delante. Su regionalismo golpea a ratos pero considero que forma parte de su identidad gestada entre montañas. Decididos, frenteros, capaces. Envidio su manera de lograr objetivos. Sin embargo, circunstancias de los últimos días empiezan a desdibujar el empuje antioqueño. Es como si se cayera la máscara y apareciera lo que hay detrás. O escondido, en la trastienda. El velo se corre y emerge una forma incómoda detrás de la verraquera y progreso paisas. Es como encontrar un contrasentido. El mito se derrumba. En redes se dice que Medellín es una ciudad de avanzada porque no ha sido manejada por la izquierda. Que, al contrario, Bogotá es un caos porque la izquierda se apoderó de sus gobiernos.

El mundo en blanco y negro puede verse así: buenos y malos. Pero al cambiar los adjetivos por expresiones como incluyente y excluyente, se lee diferente. Y lo que empieza a surgir es el fantasma de la discriminación. Una Antioquia cerrada, conservadora, homofóbica, uribista y prepotente. Como si el prototipo de la idiosincrasia antioqueña se estuviera desdibujando para quedar la esencia de un pueblo miedoso al cambio, a la apertura y a la inclusión. Un pueblo que mira para atrás, que anhela el mundo patriarcal, que ‘gasta’ en apariencia física (una ciudad bonita) pero con serísimas dificultades para aceptar lo diferente, lo novedoso, lo actual. En el Valle hemos aprendido a convivir, por ejemplo, con razas diferentes, somos abiertos para los visitantes, la gente se siente ‘en casa’. Nunca hubo una consigna semejante a ‘antioqueño contrata antioqueño’ como ellos sí la promovieron desafiantes. Entonces la admiración por lo paisa, ¿se está quedando en el empaque?

Sí, parte de la esencia de lo que hoy puede significar ser paisa lo simboliza Álvaro Uribe. No en vano es su prototipo más conocido. El patriarca controlador, prepotente, homofóbico y seductor. Y aun cuando todavía resuenan los gritos de “Antioquia no es Uribe”, es hora de que si una parte de los paisas lo desean, se empiecen a demarcar de una figura (y estereotipo) que los puede terminar perjudicando. Es como si hubiesen atravesado la sutil línea divisoria entre ser auténticos y ser excluyentes. Ya no se les ve ‘bonito’.

La manera de descalificar (tan uribista) todo aquello que no es como ellos quieren, no permitir el diálogo inclusive de otras ideas. Al Alcalde Gutiérrez lo masacran en redes porque no respetó los símbolos paisas al autorizar el cambio de bandera. Le gritan que se le acabó la opción de ser Presidente: Antioquia ‘se lo cobrará’. Sí, la Antioquia excluyente, la que prometió hacer una manifestación de apoyo al homofóbico uribista, es a la que se le desdibuja su grandeza. O, aceptamos que solo era empuje externo, de apariencia. Hoy, qué paradoja, me siento más orgullosa de ser vallecaucana, de pertenecer a una tierra donde, para empezar, las diferencias de raza, religión, sexo y creencias son aceptables. Nuestra pluralidad, a veces injustamente calificada, es nuestro plus. Así, las calles no estén al cien por ciento. Educar en la diferencia, aceptar que la inclusión es aquello que nos hace mejores seres humanos, hoy por hoy, pareciera tener sello orgullosamente vallecaucano…

Sigue en Twitter @revolturas

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