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Política tramposa

La política es cosa incierta. No es una ciencia, pero tampoco una...

10 de febrero de 2014 Por: Germán Patiño

La política es cosa incierta. No es una ciencia, pero tampoco una ideología. De acuerdo con los griegos es “el arte de administrar los asuntos del estado para procurar el bien común”. Se trata entonces de un oficio, que requiere de personas con alto sentido ético y moral.Pero en Colombia ese oficio resulta pervertido por ausencia de esos dos valores esenciales. Pues lo que se procura no es “el bien común”, sino el bien particular, en especial el del político en cuestión. La política sin ética y moral se reduce a un oficio de tahúres, en el que cuenta tan sólo la capacidad para embaucar y hacerse elegir, con el fin de saquear los recursos del Estado. Por eso los políticos en trance de elección prometen cosas que nunca van a cumplir y esa inconsecuencia nada les importa. Ni siquiera se avergüenzan.Produce asombro que un candidato al senado, que ya fue Presidente en dos ocasiones, prometa que elevará el salario mínimo en Colombia en un 10%, precisamente él, quien como Presidente les quitó a los trabajadores buena parte del recargo nocturno y disminuyó la remuneración especial en los festivos. Además eliminó la prima semestral a los pensionados. En cambio regaló billonadas a las multinacionales y a las grandes empresas, en lo que Juan Camilo Restrepo llamó una “orgía de obsequiosidad”.¿Cómo creerle cualquier propuesta que tienda a mejorar la remuneración del trabajo cuando hizo todo lo contrario cuando estuvo en el poder? Y la mayoría de los candidatos al Congreso actúan de la misma forma. Claro, el oficio de la política no es éticamente mesurable, lo que importa es ganar la elección, como sea, sin que haya el más mínimo remordimiento de conciencia. Para los profesionales de este oficio así entendido, el buen político es el que gana la elección, y nada más cuenta.Por eso son capaces de “aliarse hasta con el diablo” si aquello les ayuda a conseguir su propósito. “La política es dinámica”, dijo en algún momento el ignaro Sabas Pretelt, a quien en realidad no le interesaba la verdad o falsedad que entrañaba su afirmación, sino que lo único que le importaba era defender la voltereta de su patrón, que había pasado de ser un enfático enemigo de la reelección a un acérrimo defensor de ella, sobre todo para beneficio propio. A propósito, ¿en qué va el juicio contra Sabas?También pasa en el gobierno, con otras modalidades. Se compra el apoyo de los congresistas con puestos públicos y contratos, perpetuando una costumbre inveterada de la mal llamada “democracia colombiana”. O se borra con una mano lo que se hace con la otra: se indemniza a Ecuador por la fumigación con glifosato en la frontera, pero se sigue fumigando a los campesinos colombianos. Se impulsa una Ley de Tierras, pero se retrasa y disminuye al máximo su aplicación. Se afirma la fidelidad a las Corte Internacional de justicia, pero luego se reniega de sus fallos. Se denuncian las interceptaciones ilegales con retiro de generales activos, y a los días se afirma que aquellas interceptaciones no fueron ilegales.Estas contradicciones, frecuentes por lo demás en todos los gobiernos colombianos sin importar quien esté al mando, tienen que ver con el oficio de la política entendida como una actividad sin ética ni moral.Lo único que interesa es ganar la elección. Todo lo demás es “perfume de peluquería”. ¿Hasta cuándo los electores seguiremos siendo unos pobres ingenuos?