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Jugando al fútbol

Como muchos otros colombianos, sigo con interés los partidos de fútbol y...

21 de febrero de 2011 Por: Germán Patiño

Como muchos otros colombianos, sigo con interés los partidos de fútbol y sufro, a veces en demasía, con las derrotas de la Selección Colombia. Todavía no logro entender que le pasó a Eduardo Lara en Perú.Pero mi propia experiencia me permite sospecharlo: aprendí a jugar fútbol en las playas de Copacabana, en Río de Janeiro, y desde entonces me autodefino como un frustrado futbolista carioca. Durante mis años escolares jugué un partido de fútbol eterno y estudié muy poco. Una lesión en la columna me sacó de las canchas demasiado temprano.Aún así, aprendí algunas cosas. Cuando comencé a jugar, tuve la fortuna de vivir en una ciudad que respiraba fútbol, además de la samba. Los chicos nos iniciábamos en el colegio, en jornadas de educación física gobernadas por el fútbol. Pasé por el colegio Mello&Souza, donde teníamos instructores que trabajaban con nosotros todas las tardes.Lo primero que aprendí fue a jugar con la pierna débil, en mi caso la zurda. El profesor nos decía –teníamos 7 años- “Ustedes no saben jugar pelota con ninguna pierna. Es mejor que aprendan con la más débil, porque futbolista de un solo pie es medio futbolista”. Durante un año escolar no pude tocar el balón sino con la pierna izquierda, y el examen final fue hacer una treintayuna con la zurda. El que no pasaba, seguía otro año en la misma.Luego nos enseñaron a jugar con la cabeza levantada. Nos colocaban una especie de cuello ortopédico para que no pudiéramos clavar la cabeza en el suelo cuando llevábamos el balón. Eso también nos obligaba a soltarla rápido, pues resultaba muy difícil recorrer la cancha con el balón en los pies, sin verlo. Nos decían: “La pelota no hay que verla, hay que sentirla” y, “Siempre hay un compañero que está mejor ubicado”. Un año más en esas y se comenzaba a comprender de que trata este deporte.Por último, se nos impedía patear al arco si el balón no iba dirigido cerca de los palos, bien fuera a ras o por aire. En cada partido nos colocaban un cuadrado de madera en el centro de los arcos, que impedían el gol cuando la pelota iba dirigida allí. Otro año en esas y apuntar a los palos se vuelve instintivo.Eso significa que a los 10 u 11 años, todos los jovencitos cariocas interesados en el fútbol eran futbolistas en potencia. Sabían lo básico, lo demás vendría después. El furor del primer campeonato mundial ganado por Brasil en 1957, y Pelé, el futbolista que jugaba lo mismo con la derecha que con la izquierda, que observaba la cancha mientras conducía el balón y que pateba siempre al ángulo (Ronaldo hizo lo mismo, mucho después), se convirtió en el ideal de todo muchachito brasilero.Colombia no tiene aquello. Basta ver a Castillo, el joven que fue puesto una y otra vez por Eduardo Lara, fracaso tras fracaso. A él le falta jugar con cuello ortopédico, a ver si aprende a mirar la cancha y a pasar rápido la bola. Desde luego, no tiene ni idea de patear a los ángulos.Para decirlo de otra forma: el éxito en el fútbol, como en todo, se basa en el trabajo a largo plazo, comenzando con niños de 7 años, que tendrán que aprender lo fundamental en un esfuerzo de al menos 10 años.Mientras tanto los éxitos serán episódicos, producto del azar, y nunca cosechas del trabajo y la educación. El triunfo depende de la educación de los niños futbolistas en un tiempo prolongado. Hay que comenzar ya.