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El derecho a elegir

Siempre he creído que el llamado “voto útil”, un eufemismo para significar...

2 de junio de 2014 Por: Germán Patiño

Siempre he creído que el llamado “voto útil”, un eufemismo para significar que es mejor votar por el posible ganador, resulta la manera más imbécil de ejercer el derecho a elegir.Pues una elección política no es un partido de fútbol como tampoco una competencia de farándula. En esta materia sentirse ganador porque se terminó perteneciendo a la mayoría que eligió a tal o cual candidato, no entraña mérito alguno ni implica algún tipo de virtud, sino que en muchas ocasiones puede ser una grave equivocación. Por ejemplo, el 50% de venezolanos que votaron por Nicolás Maduro en las controvertidas elecciones venezolanas, no hicieron otra cosa que equivocarse y perjudicar a su país.En realidad, al ejercer el derecho al voto, lo que menos debe importarle al ciudadano es el resultado final del comicio en el que participa. Él escoge entre varias opciones, y su obligación es la de hacerlo con ponderación, sopesando las virtudes y defectos de cada una, y no pensando en cuál tiene mayor o menor opción de ganar.Esto resulta especialmente cierto en los sistemas electorales que cuentan con dos vueltas. La primera entre varios aspirantes, que da paso a una segunda en la que sólo participan los dos con mayor votación, si alguno de ellos no alcanzó más del 50% de los votos depositados en las urnas. Como acaba de suceder en Colombia con la elección presidencial en que estamos. Así, en primera vuelta se vota por el candidato que más nos gusta, por su experiencia, preparación, capacidad gerencial, etc., sin importar que quede de primero o de último. Ese es el voto consciente, que no se vende, que no obedece a triquiñuelas partidistas ni está atado por intereses de orden particular. Mucho menos se parece a aquel que vota como si lo hiciera en una carrera de caballos, en lo que importa es atinar por el ganador de la carrera.Así me sucedió en la primera vuelta presidencial. Voté por Enrique Peñalosa, sin importar que marcara bajo en las encuestas, por la simple razón de que me parecía el candidato mejor preparado, más moderno y con mayor capacidad de ejecución entre todos los aspirantes. Ni ganó, ni quedó entre las dos mejores votaciones. No importa, votaría igual si se repitiera la misma elección. Se trata de un asunto de conciencia, del ejercicio de un derecho, no de jugar a la ruleta.Ahora bien, descartado Peñalosa, la decisión queda entre Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga. Pero el problema sigue siendo el mismo para el elector. ¿Ejercerá su derecho a elegir conscientemente, o se dejará llevar por la pésima idea del “voto útil”? En otras palabras, ¿pensará en el país o, como el matón de barrio venezolano, tan sólo lo hará para jactarse al día siguiente con un “¡ganamos!”, que trasluce toda su imbecilidad?En mi caso, a no ser que suceda algo excepcional, votaré por Santos, pese a todos su defectos, pues me parece más grave la posibilidad de que la banda de la Z vuelva a enseñorearse sobre el país, perrero en mano y negocios de los “hijos del Ejecutivo” en la trastienda.A veces, y esta es una de ellas, “toca” votar por alguien que no llena todas las expectativas, para impedir muertes anunciadas.P.D. ¿En qué terminará la bravata de Uribe, ahora que aceptó no tener ninguna prueba contra el Presidente? ¿Acaso no cometió varios delitos en el proceso? Y acusar a alguien sin pruebas, ¿acaso no es también un delito?