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Tragedia ambiental

Los cerca de 300 muertos que ya se cuentan en la tragedia de Mocoa vuelven a poner los ojos sobre el daño que estamos cometiendo como sociedad a nuestros árboles, ríos, al medio ambiente en general.

6 de abril de 2017 Por: Gerardo Quintero

Los cerca de 300 muertos que ya se cuentan en la tragedia de Mocoa vuelven a poner los ojos sobre el daño que estamos cometiendo como sociedad a nuestros árboles, ríos, al medio ambiente en general. Mientras la Procuraduría anuncia inocuas investigaciones contra funcionarios y exfuncionarios del Putumayo, me quedo más bien con la alerta de que 350 municipios de Colombia se encuentran en grave riesgo y tres ciudades en alerta roja.

Semejante llamado de atención no ha generado grandes titulares en los medios ni el debate que se necesitaría en este país, en el que la agenda ambiental de los municipios quedó relegada y a nadie le importa. Los defensores de las cuencas de los ríos, de la reforestación, de la defensa del agua son considerados loquitos, subversivos, enemigos del desarrollo o anarquistas en las expresiones más ‘cariñosas’. ¡Ah!, y los mandan a matar por lo mismo.

Basta mirar cómo se salvaron de la avalancha los habitantes del barrio El Carmen para entender cómo es indispensable vivir en armonía con el medio ambiente. “El Carmen tiene una reserva de árboles que evitó que la avalancha acabara con él. Eso confirma que hay que tener los ecosistemas en buen estado para poder recuperarlos”, explicó el ministro del Medio Ambiente, Luis Gilberto Murillo. Y no le faltó tino pues fue gracias a estos árboles, que contuvieron la avalancha, que centenares de personas de este sector lograron salvarse.

En una entrevista que me concedió el primer ministro del Medio Ambiente que tuvo Colombia, Manuel Rodríguez, me expresaba sus inquietudes. Al hablar sobre los estragos de la minería me dijo que la Nación debería cuestionarse qué tipo de vocación quiere seguir y para él no había duda. “La vocación de Colombia y su destino es agrícola”. Comparto su postulado, un país con tierras tan fértiles, pero destinadas al pastoreo o arrasadas por la mano destructora del hombre debería convertirse en la despensa agrícola por lo menos, del continente. Tierras productivas en todos los pisos térmicos, ubicación geográfica estratégica, dos costas, qué más podemos pedir.

Ya algunos países se han enfrentado a la presión de los grupos económicos locales y de multinacionales que con sus lobbies cambian leyes y dejan a las comunidades expuestas a la tragedia minera. Costa Rica y El Salvador han dado ejemplo y no sucumbieron al brillo del oro y prohibieron la extracción de ese metal a cielo abierto. Apostaron por desarrollos alternos, privilegiando las condiciones ambientales y fortaleciendo el ecoturismo.

En Colombia mientras todo se monetice y estigmatice no habrá control ninguno. Las minas legales e ilegales continuarán. Y se intentará desconocer la voluntad popular, como ocurre con los cajamarcunos, quienes de manera valiente se opusieron a la destrucción de sus montañas y del agua. Y votaron no a la extracción de oro en la Colosa.

No sé ustedes, pero yo prefiero la pureza de los ríos y la riqueza que proporcionan los árboles que los dólares de un oro maldito que no ha dejado sino destrucción y muerte.

Sigue en Twitter @Gerardoquinte

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