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¿Listos para la paz?

Si bien la muerte de jefe de las Farc, Alfonso Cano, abre...

10 de noviembre de 2011 Por: Gerardo Quintero

Si bien la muerte de jefe de las Farc, Alfonso Cano, abre una brecha grande en la moral de las tropas de este grupo guerrillero, tampoco es prudente clamar a los cuatro vientos que ya se ganó la guerra, que es el fin del fin y que en par de meses tendremos una negociación incondicional por parte del grupo alzado en armas.Es necesario darle un repaso a la historia del movimiento guerrillero para entender que sus lógicas son completamente diferentes a quienes estamos en la vida civil o, incluso, a las dinámicas de otros grupos guerrilleros que se desmovilizaron, como el M-19. A pesar de los grandes golpes que han sufrido las Farc (Raúl Reyes, el negro Acacio, el Mono Jojoy) sus estructuras, mal que bien, continúan siendo monolíticas. Para ellos está claro que en esta guerra no tienen la vida comprada y pueden morir en cualquier ataque o confrontación con el Ejército. Por eso la inducción a sus bases parte del desprecio por la propia vida y promulgan un mensaje de heroicidad para quien muera en combate con soldados del Ejército. Eso aplica también para sus altos mandos, de allí que rápidamente, ante el aniquilamiento de alguno de ellos, anuncien su reemplazo, como una manera de advertir su capacidad de respuesta ante estas ‘contingencias de la guerra’.No será fácil tampoco sentar a un grupo que lleva más de cuarenta años en el monte, cuyos líderes han ejercido su dominio a través del poder intimidatorio de las armas. Sus bases, en su mayoría, la integran campesinos que han vivido años en guerra, que no han aprendido otra cosa sino a combatir. Enceguecidos, máquinas de guerra, acostumbrados a diálogos sólo de fusiles, costará convencerlos de una salida negociada en la que no obtengan alguna ganancia.Las Farc, además, han demostrado que son efectistas: en momentos en los que han sufrido pérdidas, dinamitan o emboscan alguna patrulla militar con el propósito de soliviar la presión, redireccionar la información y demostrar que no están acabadas.Por eso resultan peligrosos esos cantos de sirena de aquellos que pregonan el triunfo total, de aquellos que se deleitan de solo pensar en una guerra fratricida que aniquile y arrase al adversario y a sus generaciones, si es posible. La presión militar, como dijo el presidente Santos, debe continuar, pero al final habrá que sentarse a negociar. ¿En qué condiciones? ¿Qué está dispuesto a discutir el Estado? ¿Qué diferenciaría este proceso del adelantado en el Caguán? ¿Qué tan lista está la sociedad civil para perdonar y reconciliarse con quien ayer combatía? De las respuestas que se logren sabremos qué le espera a las futuras generaciones de colombianos que no han conocido un país en paz.

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