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¡El Coloso!

Pensaba que chocar con Rincón sería como estrellarse contra una muralla.

13 de abril de 2022 Por: Gerardo Quintero

El viernes 20 de diciembre del 2019 fue la última vez que vi a Freddy Rincón. Me lo encontré en la cancha de El Guabal, cuando se celebraba el tradicional partido de las figuras de la región que regresan a las festividades decembrinas y ‘El Coloso del Pacífico’ estaba allí, como un hincha más. Junto con mi compañero de faenas periodísticas, Miguel Ángel Palta, nos habíamos desplazado al barrio para transmitir esta fiesta deportiva. Cuando lo vi entre la gente, sonriendo, me acerqué y le pregunté por los recuerdos de estos partidos, del significado de estas festividades y del América. Hablamos cinco minutos.

Años atrás lo había conocido de manera formal en una cancha del sur de Cali. Estaba con su gran amigo Harold Lozano. Ese tarde hablamos de la Selección, el América de los 90 y de su paso por el futbol brasileño. Me impactó su fortaleza física y fue inevitable imaginar lo que sentiría uno como rival de este portentoso futbolista. Pensaba que chocar con Rincón sería como estrellarse contra una muralla.

Si hubiese que definir a Rincón en una palabra esta sería ‘Vibrante’. Su fútbol era de una magnitud extrema, sin medias tintas, siempre al límite. Como vibrante fue aquel 19 de junio de 1990 cuando en 16 segundos se juntaron Leonel Álvarez, ‘El Pibe’ Valderrama, ‘El Bendito’ Fajardo y Rincón para producir una de las alegrías más grandes del fútbol colombiano.

Tal vez quien mejor narró ese momento fue el escritor uruguayo Eduardo Galeano, en su libro ‘El fútbol a sol y sombra’: “Fue en el Mundial del 90. Colombia había jugado mejor que Alemania, pero iba perdiendo 1 a 0 y estaban en el último minuto. La pelota llegó al centro de la cancha. Ella iba en busca de una corona electrizada vibrante:
Valderrama recibió la pelota de espaldas, giró, se desprendió de tres alemanes que le sobraban y le pasó a Rincón, y Rincón a Valderrama, Valderrama a Rincón, tuya y mía, mía y tuya, tocando y tocando, hasta que Rincón pegó unas zancadas de jirafa, y quedó solo ante Illgner, el guardameta alemán. Entonces Rincón no pateó la pelota: la acarició. Y ella se deslizó, suavecita, por entre las piernas del arquero, y fue gol…”.

Freddy hace parte de ese baúl donde guardo mis mejores recuerdos. El futbolista más completo que pude apreciar. En el deporte que se hubiera dedicado, hubiese sido un ‘fenómeno’. De pocas palabras, le bastaba una mirada, un gesto para ordenar, dirigir y levantar el ánimo del equipo.
Víctor Aristizábal recuerda que antes de los enfrentamientos era concentración absoluta. Le bastaba con un código contundente: “Más rápido”; “toque de primera”; “aguante”, para que sus compañeros entendieran. Su carácter le granjeó pocos amigos en las directivas del fútbol, eso le impidió escalar posiciones en una cofradía acostumbrada a lisonjas, silencios y poco dada a escuchar críticas.

Hoy solo quiero decirte: ¡Gracias, viejo Freddy, por toda la magia!

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