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Un epílogo previsible

Son muchas las necesidades del país, pero los cambios, si son serios, no se hacen por la puerta de atrás, con chantaje y vandalismo.

22 de diciembre de 2019 Por: Vicky Perea García

Se la fumaron verde alcachofa los del autodenominado Comité Nacional del Paro. Verde, si creen que hubo paro nacional, que el paro sigue, y que representan a los colombianos. Verde, si creen que el gobierno está obligado a negociar con ellos -y el país a aceptarlo- una agenda ya no de siete o trece, sino de 104 puntos, cada uno más absurdo que el otro. Si creen que nos van a imponer un modelo fracasado de Estado, derrotado en las urnas.

Sin restarle importancia a las marchas del 21 de noviembre, seamos francos: no fue un paro nacional. Salieron a la calle alrededor de 270 mil personas, en algunas ciudades. Cifra mayor a la esperada, pero de ahí a creer que el país paró, todo el país, hay un largo trecho. Algunos que quisieron marchar no lo pudieron hacer, pero la mayoría de los que no trabajaron no lo hicieron porque querían, sino, porque se les imposibilitó hacerlo.

Pararon los sindicatos, lo cual no es novedoso; los estudiantes de algunas universidades motivados incluso por rectores en ejercicio proselitista; las comunidades indígenas de siempre, expertas en chantajear a todos los gobiernos; políticos de la oposición, algunos con sangre reptil; oportunistas y demagogos; y los usuales milicianos y delincuentes. También lo hicieron colombianos genuinamente descontentos por razones respetables.

Pero la mayoría del país no paró, no ha parado, ni quiere parar. Aunque los columnistas y medios que odian al gobierno insistan en lo contrario. No lo hizo el sector industrial, el comercio, los servicios, el transporte, ni el agro, entre otros. Hubo anormalidad varios días en algunos sectores en ciertos centros urbanos, por los bloqueos y los desmanes, pero la mayoría de ciudadanos quisieron, han querido, y quieren hacer su vida normal.

Ello explica por qué los organizadores del denominado ‘paro nacional’ no lograron que las marchas continuaran con igual ímpetu y por qué las últimas que han convocado han sido lánguidas; la de la tributaria fue de llorar. Por qué ampliaron las peticiones a 104, pues creen que así lograrán despertar el interés de otros sectores sociales. Por qué no les quedó más remedio que anunciar la renovación de las marchas a finales de enero.

Es posible que en enero logren convocar a más de uno, en especial a los de siempre. Está de moda marchar. Lo que no han entendido los del comité, o lo entienden y no lo van a aceptar, es que no representan a la mayoría de los colombianos; con dificultad lo logran en sus organizaciones y partidos. Por eso ha hecho bien el gobierno en adelantar una conversación amplia y en ir tomando decisiones, sin ellos, lo que los tiene enfurecidos.

Y se equivocaron los del comité, porque le dejaron ver las patas a la sota: su agenda se parece cada más a la típica sindical anquilosada -no a una ciudadana- y a la que enarbola el Eln. Incluir entre los nuevos puntos la reanudación sin condiciones del diálogo con la guerrilla, el liberar a los ‘presos políticos’ y que el país se retire de la Ocde, además de acabar con el Esmad, les quitó la poca credibilidad que por un momento alcanzaron.

Un epílogo previsible. Confirma que siendo significativa la marcha del 21 de noviembre, no fue un paro nacional, que la mayoría no quieren que continúen las marchas, y que el comité no representa al grueso de colombianos. Confirma que el Gobierno ha hecho lo que tenía que hacer: escuchar. No para negociar con unos pocos el Estado, sino, para identificar oportunidades de mejora. Son muchas las necesidades del país, pero los cambios, si son serios, no se hacen por la puerta de atrás, con chantaje y vandalismo.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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