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Un debate con cifras

La industria petrolera es percibida por muchos como enemiga del ambiente. No solo por las emisiones de carbono resultantes del uso de combustibles –un derivado del petróleo- sino, porque ha proliferado la idea, en especial en nuestro país, de que la exploración y producción de hidrocarburos acaba con el recurso hídrico. A eso se suma la imagen recurrente de miles de barriles derramados. ¿Cuál es la realidad?

20 de febrero de 2017 Por: Francisco José Lloreda Mera

La industria petrolera es percibida por muchos como enemiga del ambiente. No solo por las emisiones de carbono resultantes del uso de combustibles –un derivado del petróleo- sino, porque ha proliferado la idea, en especial en nuestro país, de que la exploración y producción de hidrocarburos acaba con el recurso hídrico. A eso se suma la imagen recurrente de miles de barriles derramados. ¿Cuál es la realidad?

El uso de combustibles fósiles produce C02 y ha contribuido al cambio climático. No es claro, sin embargo, en qué proporción. Mientras unos lo señalan de ser el principal responsable, en especial por la generación de energía a partir de fuentes fósiles, otros argumentan lo contrario y sustentan que países como Estados Unidos han reducido en 10% las emisiones de C02 en la última década gracias al uso del gas, un hidrocarburo.

En el caso de Colombia más del 70% de la energía es producida por hidroeléctricas -un privilegio- y el grueso del 30% restante, con gas natural. Es así que Colombia es responsable sólo del 0.04% de las emisiones de C02 del planeta y de ese porcentaje, por ejemplo, el sector agropecuario -fundamental para nuestro país- lo es del 26%; la totalidad de la actividad petrolera aporta el 5,3 %; es decir, un 0.0024% del total.

Respecto del uso del recurso hídrico sucede algo similar. De acuerdo con el Ideam, el mayor usuario del recurso, como es de esperar, es la agricultura y la ganadería (57%), seguida por las hidroeléctricas (15%), y por el consumo humano (2%). La industria petrolera en Colombia utiliza el 0.02% de ese recurso. Y como es apenas lógico, en el orden de prelación de su uso, es la última; prevalece el consumo humano y agrícola.

No pocas veces se indica sin embargo que la sísmica (una “ecografía” de la formación geológica) acaba con el agua o que por culpa de la industria mueren cada año miles de Chigüiros. Falso. La sísmica no utiliza agua y la muerte de los animales no es culpa de la industria; mueren por un fenómeno de sequía natural que ocurre cada año y porque en algunas zonas construyen los bebederos altos para que sólo el ganado los alcance.

La industria petrolera, en general, es rigurosa en materia ambiental. Está regulada y se rige por altos estándares internacionales; las licencias se sustentan en estudios de impacto y manejo ambiental que incluyen, por ejemplo, medidas de contingencia para derrames propios, de eventos naturales, y de terceros. Y destina el 1% del valor de sus proyectos a programas ambientales, lo que no ocurre con ninguna otra industria.

En el caso de los derrames de petróleo, por ejemplo, el 92% se debe a acciones de terceros (entiéndase voladuras de oleoductos, derrames de carro-tanques y hurto de crudo, por parte de la guerrilla). No en vano la guerrilla es responsable de derramar 4 millones de barriles en treinta años; cuatro veces el incidente del Golfo de México y 1,000 veces el último derrame que llegó a la bahía de Tumaco. Una tragedia ambiental.

El uso sostenible y eficiente de las energías de origen fósil es un desafío en el que está empeñada la industria sin perjuicio del auge responsable de las energías renovables. Pero el debate de su impacto ambiental debe darse con cifras, no con retórica. Más en momentos de la implementación y negociación de acuerdos de paz. La industria petrolera no es infalible. Pero no es la causante de la degradación ambiental en el país.

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