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¿Qué pasó?

La política es altamente emocional y un electorado se forma o desvanece de la noche a la mañana. Así lo corroboran los resultados del domingo pasado y que ameritan un análisis sereno a fin de entender lo que pasó y lo que puede suceder el próximo 17 de junio,

3 de junio de 2018 Por: Francisco José Lloreda Mera

La política es altamente emocional y un electorado se forma o desvanece de la noche a la mañana. Así lo corroboran los resultados del domingo pasado y que ameritan un análisis sereno a fin de entender lo que pasó y lo que puede suceder el próximo 17 de junio, cuando estarán en disputa dos visiones de país y de desarrollo, con candidatos con características personales, estilos de liderazgo, y capacidad gerencial, distintas.

Lo primero a resaltar -que es positivo- es el incremento en votación comparado con la reciente elección de Congreso y con la elección presidencial de 2014. En la de Congreso hubo 17.827.762 de votos y el domingo pasado 19.636,714; es decir, casi dos millones más (1.808.952). Y en la primera vuelta hace cuatro años la votación fue 13.209.561; es decir que este domingo votaron 6.427.153 de ciudadanos más. Un récord histórico.

Lo segundo a examinar es la consistencia en la intención de voto y lo que sucedió en la realidad. Las encuestas promediadas señalaban que Petro tendría 29,5% de los votos y tuvo el 25,8%, es decir, bajó, aunque su votación creció al incrementarse la votación total. En el caso de Duque la proporción fue más consistente: las encuestas decían que obtendría el 39,5% y tuvo 39,14%, alcanzando una votación de 7,5 millones de votos.

Lo tercero a analizar es el caso de Vargas. No era evidente si las encuestas (en las que promediaba 7,5% de la intención de voto) reflejaban el respaldo de las organizaciones políticas de los partidos que lo apoyaron. Quedó claro que esas estructuras no estaban con él pues de lo contrario su votación habría sido cercana a los cinco millones; esa votación pareciera haber migrado desde la elección de marzo hacia otros candidatos.

Lo cuarto a revisar es el caso de Fajardo, pues dobló las predicciones. Las encuestas le daban en promedio 12% de la intención de voto y obtuvo el 23,73%. Es equivocado creer que esa votación ya la tenía: se consolidó en las últimas semanas cuando la suya paso de ser una candidatura inviable a una opción real. Lo que intentó Vargas (ganarle a Petro en la primer vuelta) estuvo cerca, pero en cuerpo ajeno: en cabeza de Fajardo.

Lo quinto es evaluar lo sucedido con De la Calle. Las encuestas le daban en promedio 3,2% de la intención de voto y obtuvo 2,1%. Similar al caso de Vargas, los electores de su partido migraron con anterioridad a otras campañas y a última hora más de uno se fue con Fajardo, al ver en él la oportunidad de pasar a segunda vuelta. Sin perjuicio de ser percibido como uno de los candidatos del continuismo, con lo bueno y con lo malo.

Lo último es preguntarse por lo ocurrido con los partidos políticos. No me refiero a las estructuras políticas matriculadas en ellos, sino, a su capacidad de liderazgo colectivo, credibilidad y convocatoria en torno a unas ideas y propuestas programáticas. Los partidos ya no lideran la política, al menos en la elección presidencial: dejaron de ser el faro de otras épocas. Hoy prima el liderazgo individual, que es volátil y riesgoso.

Estos apuntes tienen por objetivo aportar al análisis de lo que pasó el domingo, lo que está sucediendo con los partidos y lo que puede ocurrir si las emociones y no la razón lideran la decisión de voto en la segunda vuelta presidencial. Si el odio se impone y los riesgos se soslayan, cuando se está ante dos opciones respetables, pero opuestas en lo fundamental. Ojalá el voto responsable prevalezca, por el bien de todos, de Colombia.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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