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Polarización

Estamos ante una coyuntura de democracia por mano propia: la ciudadanía, envalentonada y empoderada, es su propio partido y su propio medio de comunicación.

30 de septiembre de 2018 Por: Francisco José Lloreda Mera

La polarización política no es solo política y no es solo de Colombia. Está enconada en varios países, con sistemas políticos y niveles de institucionalidad diferentes, lo que nos debe llevar a reflexionar sobre sus causas: si además de animadversiones personales, rencillas partidistas y factores emocionales, determinantes en la peculiar lógica política, hay otras explicaciones, de fondo, y cuáles son sus riesgos y algunas oportunidades.

En Estados Unidos, Francia, España y Brasil, para citar unos ejemplos, la polarización es cada vez mayor. Y no es un asunto únicamente político; lo que se observa, además de una gran intolerancia frente a la opinión contraria, es que existen visiones encontradas de sociedad, en lo económico y lo social, y un desgaste gigante de los sistemas políticos. El que prevalezcan posiciones extremas es un síntoma y no la causa de lo que sucede.

La polarización se expresa además en una alineación entre lo que piensan las personas sobre temas muy disímiles. Un estudio del Public Policy Research Institute de Estados Unidos indica, por ejemplo, que quien esté en contra de vouchers educativos suele estar más preocupado por el calentamiento global, abierto a los inmigrantes y en contra del uso de la fuerza y así sucede con distintos temas: Lgtbi, drogas y Derechos Humanos.

El que existan visiones distintas de sociedad no es nuevo y no debería ser un problema. Lo que ocurre es que antes se tramitaban a través de instituciones convencionales. Hoy las redes sociales están sustituyendo los canales tradicionales de expresión política, empezando por los partidos. Pero es aún más complejo: la polarización pareciera ser una señal de disfuncionalidad de las instituciones vigentes y de pérdida de confianza.

Es así que independiente de las bondades innegables de la tecnología en las democracias, la inmediatez de las redes no siempre contribuye a un análisis sosegado sino todo lo contrario, a reaccionar en caliente, a reforzar los sesgos y a actuar con impulsividad. Pero sería absurdo culpar a las redes -el mensajero- de lo que está sucediendo; finalmente, detrás de estas hay personas, dirigentes y del común, que podrían comportarse distinto.

Estamos entonces ante una coyuntura de democracia por mano propia: la ciudadanía, envalentonada y empoderada, es su propio partido y su propio medio de comunicación; necesita cada vez menos de otros y en la medida en que le es efectivo, apela menos a los conductos políticos regulares. Es positivo, pues permite una participación política sin intermediarios, pero, la participación sin método ni orden puede desembocar en caos.

Lo que está sucediendo, sin embargo, es una oportunidad. Que existan visiones distintas de país no debe angustiar, aunque deban procurarse unos consensos mínimos. Es un indicador de que la gente está reflexionando sobre distintos temas, fijando posiciones, con o sin sustento. Ello debe aprovecharse para reinventar la política y que los partidos respondan por principios e ideas, para que se diferencien y que la ciudadanía escoja.

La polarización que vive Colombia no es solo política: es el síntoma de una discusión de fondo que tiene que ver con una visión de sociedad y confianza en las instituciones; con la efectividad del sistema democrático para canalizar las coincidencias y diferencias, en un mundo global interconectado en el que prima la inmediatez y mandan las emociones. Realidad que bien entendida, es una oportunidad, pero que mal entendida, es la debacle.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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