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Niños en la guerra

Los disidentes de las Farc saben que si en un bombardeo muere un menor de edad ponen al Gobierno y a los militares a dar explicaciones

14 de marzo de 2021 Por: Vicky Perea García

Danna Lizeth Montilla, de 16 años, no debió morir en el bombardeo al campamento de alias ‘Gentil Duarte’, jefe de una de las disidencias de las Farc. Como no debieron haber muerto miles de niños que hicieron parte de las Farc, el Eln y el Epl, entre otros. Como no deberían seguir muriendo en las confrontaciones armadas con las Fuerzas Militares. Los niños no deberían estar inmersos en la guerra, en ninguna guerra, así de sencillo.

Es natural, por ende, el dolor y la rabia que se siente cuando se conoce y confirma la muerte de menores de edad que pertenecen a alguna de las organizaciones criminales. Quisiésemos que no estén en el monte sino en un salón de clase, que no empuñen un arma sino un lápiz y un cuaderno, que disfruten su niñez, que se la permitan disfrutar. Que no terminen en la guerrilla reclutados a la fuerza o engañados con falsas promesas.

Pero esa no es nuestra realidad: la guerrilla siempre ha utilizado a niños en la guerra. Como informantes, ayudantes y mensajeros, si son pequeños; como objetos sexuales y combatientes luego; como carne de cañón en los enfrentamientos. Abusan de ellos, de su inmadurez, sus sueños frustrados y la falta de oportunidades que muchos enfrentan. Los convierten en máquinas de guerra. Y no les importa. Son organizaciones indolentes.

El Ministro de Defensa no dijo nada que no fuera cierto. Seguramente hubiese podido decir lo mismo siendo más empático con el dolor de la familia de Danna Lizeth; el tono que a veces adoptan los responsables de dicha cartera no siempre es el adecuado y se presta para distintas lecturas. Olvidan que son civiles y no militares. Pero de ahí a caerle encima y pedir su renuncia -un rewind de lo ocurrido con Guillermo Botero- tampoco.

Ninguna guerra es fácil. Menos la que libran las Fuerzas Militares de Colombia, contra un enemigo cobarde y que ataca por sorpresa, que intimida a la población inerme y que recluta niños porque es más fácil dañarles el corazón y la cabeza. Por eso la disciplina de perros y la doctrina del miedo ha sido el eje de la supuesta causa revolucionaria. Sin estos, la mayoría de sus militantes habría salido en estampida, pero están secuestrados.

Reclutar niños obedece además a una razón de estrategia: desincentivar la ofensiva de las Fuerzas Militares. Los disidentes de las Farc saben que si en un bombardeo muere un menor de edad ponen al Gobierno y a los militares a dar explicaciones; saben que la mejor manera de inmovilizar a las fuerzas del orden es utilizar a niños como escudo. Y que las hienas políticas se encargan de hacer el resto: de poner ministros en la hoguera.

Por supuesto que las Fuerzas Militares deben, previo a realizar una operación -más un bombardeo- procurar saber quiénes serán blanco de la misma. Pero de ahí a pedir por altavoz que muestren la cédula quienes están en un campamento, resulta complicado. No es fácil tener plena certeza de que no hay menores de edad en un enfrentamiento. Es más, es factible que los haya. ¿Qué hacer entonces, parar las operaciones militares?

Tienen razón los militares al señalar que actúan en el marco del Derecho Internacional Humanitario y que sus operaciones son legítimas. También, que los responsables de los menores fallecidos son quienes los han reclutado, en este caso la disidencia de las Farc. Pero no debería haber niños en las guerras, y debe hacerse lo posible para evitar su reclutamiento, arrebatárselos a la violencia, y que mueran en la confrontación armada. Pero no pueden las Fuerzas Militares atarse las manos. Sería la claudicación del Estado.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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