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Nadie se lo agradecerá

El Congreso, contrario a lo que muchos piensan, cuando quiere ha sido responsable y riguroso en sus trámites legislativos

28 de marzo de 2021 Por: Francisco José Lloreda Mera

El Gobierno hubiese podido hacerse el loco y no desgastarse con una reforma tributaria, que será un viacrucis de epílogo incierto. Pero decidió presentarla, porque es lo más responsable con el país. Lo triste es que nadie se lo agradecerá, ni siquiera el Gobierno entrante, y será utilizada políticamente pues coincide con un momento de alistamiento electoral y la capacidad fiscal de la mayoría está afectada. Ahondemos en esta reflexión.

La pandemia ha tenido un efecto devastador en las finanzas públicas.
Para atender la emergencia sanitaria, aliviar la crisis de las familias más vulnerables y evitar despidos masivos en empresas de distinto tamaño, el Gobierno ha destinado más de $35 billones. Para lograrlo, raspó la olla y se endeudó más. A lo anterior se suma el decrecimiento de la economía en más de seis por ciento, lo que se traducirá en un menor recaudo en 2021.

Si bien la economía empieza a recuperarse y se espera crezca más del cuatro por ciento este año, no parecieran haber muchas alternativas para compensar el hueco creado por el covid, y financiar el gasto recurrente y algo de inversión. La única opción, según los entendidos, es otra tributaria, en la que el Ejecutivo aspiraría a recaudar $25 billones; una cifra ambiciosa si se recuerda que las últimas, sumadas, no se acercan a ese valor.

No ha sido fácil la discusión sobre la pertinencia de una tributaria en este momento. Al parecer las calificadoras de riesgo castigarían al país si no se presenta. Claramente no entienden que puede ser peor el remedio que la enfermedad pues no se sabe qué saldrá: un esperpento o algo razonable. El buen comportamiento macroeconómico, haber sido uno de los alumnos juiciosos de la región, de poco sirve; se impone el pragmatismo frío.

Pero no son solo las calificadoras las que han insistido en la reforma.
Distintos expertos señalan su urgencia y proliferan las ideas, y como suele suceder en un país donde no escasean la opinión y la vanidad, la única reforma que pasa la prueba es la que cada uno tiene en la cabeza, luego de pasarla por el cedazo de los afectos personales y políticos. Por eso, no tardará en incrementarse el nivel de los decibeles en la diatriba al Gobierno.

A lo anterior hay que añadirle el factor político. El Congreso, contrario a lo que muchos piensan, cuando quiere ha sido responsable y riguroso en sus trámites legislativos. Pero no es una coyuntura fácil. Creería que pocos están dispuestos a darse la pela aprobando impuestos impopulares que in pectore saben son necesarios. De ahí que lo más probable es que sea una reforma de retazos, graven más a los mismos y reine el populismo fiscal.

Con otro ingrediente: nadie quiere pagar más impuestos. Más allá de la complejidad del momento, hay hastío y rabia por la corrupción, en especial en algunas regiones. No hay impuesto que aguante ni compense la putrefacción a la que llegamos. Tampoco afloran soluciones reales para reducir la evasión y en especial, el gasto público. Por el contrario, hay una obsesión en seguir hinchando al Estado a sabiendas de su probada ineficiencia.

Colombia no puede seguir con tributarias cada año, eso lacera la confianza en el Estado. Sería un verdadero milagro si la tributaria sale bien, por más empeño del Gobierno y de algunos congresistas. Muy responsable el Presidente y valiente el Ministro de Hacienda, pues repito, nadie se los agradecerá, ni ahora ni nunca, pues este es un país de ingratos. Lo que es peor y muy peligroso: será un caldo de cultivo, exquisitamente sazonado, para embriagar las elecciones del 2022.
Empieza ya a escucharse la artillería demagógica.
Sigue en Twitter @FcoLloreda

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