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Me les quito el sombrero

No era más que un cruce de caminos de escasos veinte mil habitantes atravesado por un río de aguas tranquilas y una brisa cálida, compañera de todas las horas; testigos de la visión de un puñado de hombres dispuestos a correr riesgos para transformarla.

24 de septiembre de 2017 Por: Francisco José Lloreda Mera

No era más que un cruce de caminos de escasos veinte mil habitantes atravesado por un río de aguas tranquilas y una brisa cálida, compañera de todas las horas; testigos de la visión de un puñado de hombres dispuestos a correr riesgos para transformarla. Esa era la Cali de inicios del siglo pasado de la que hizo parte mi bisabuelo, Ulpiano Lloreda, y cuya primera biografía acaba de publicar la Universidad del Valle.

Cali era una reducida cuadrícula en torno del llamado Parque de Cayzedo, iluminada con lámparas de alcohol, sin servicios, aislada del país pese a tener el Cauca al pie. Los desplazamientos se hacían a caballo o a lomo de mula por caminos de herradura. En ese caserío nació Ulpiano, cien años antes que yo: un siglo de por medio, en el que nuestra ciudad dejó de ser una aldea, gracias a él y a muchos caleños emprendedores.

Fue así como, ante la necesidad comunicar a Caldas con Cali y ésta con Buenaventura, para la exportación de café e importación de unos pocos bienes de primera necesidad, Ulpiano y seis vallecaucanos fundaron la Compañía de Navegación del Río Cauca, que en 1910 contaba con 3 vapores de 59 toneladas; al poco tiempo había 6 empresas con 15 buques. De acuerdo al libro, fue “la primera empresa moderna en nuestra región.”

Similar ocurrió con los servicios públicos. No satisfecho con haber construido a finales del Siglo XIX el primer acueducto que conducía agua desde Santa Rita hasta El Peñón, en 1910 Ulpiano Lloreda -con Henry J. Eder, Edward Mason y Benito López- pusieron en funcionamiento la primera planta eléctrica de Cali, iluminando las calles céntricas de la ciudad. “Fue un hecho que marcó la ciudad para siempre”, señala la publicación.

Era Cali una villa en la que la iniciativa privada jalonaba el desarrollo. La navegación y los servicios públicos eran vitales para impulsar el comercio y la incipiente industria a la que Ulpiano contribuyó con la producción de velas, hielo, jabón y luego puntillas. Y como otros coterráneos, también fue comerciante, desde ropa para niños hasta vinos. E incursionó en la trilla de café y la construcción. Hizo parte de más de 10 sociedades.

Pero la actividad del bisabuelo no se limitó a la industria y al comercio. Cuenta el libro que con Pablo Borrero, Pedro Mejía, José María Restrepo y Fidel Lalinde, construyeron un hipódromo que servía de “circo de carreras de caballos y bicicletas”. Qué decir del Café Inglés, donde se realizaban conciertos y con otros amigos empresarios construyó un teatro en el que se proyectaron las primeras películas de cine mudo en la ciudad.

La última empresa que constituyó Ulpiano sería en 1928 con Hernando Caicedo, Julio Racines y Emanuel Pineda: la ‘Sociedad Automoviliaria de Colombia’. Una agencia de automóviles, bicicletas, llantas y gasolina (distribuidora de la Tropical Oil para el Valle y Caldas). El primer carro había llegado a Cali en 1913 gracias a Jorge Zawadsky y a Pineda. Luego Ulpiano importaría un Ford, que terminaría estrellado contra un poste.

Sus restos están en la cripta de la Catedral a tres metros bajo tierra. Su nombre, en un barrio popular de Cali y en un edificio donde era la Casa de los Portales, su casa. Y en la historia poco conocida de la ciudad junto a otros caleños igual o más visionarios y emprendedores, que al tiempo en que hicieron empresa se la jugaron por este terruño. Por todos ellos me quito el sombrero: ayudaron a hacer de Cali la ciudad que tenemos.

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