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La dama de hierro

Pocas veces una región tiene la fortuna de contar entre los suyos a un líder del talante de Rosa Jaluf de Castro. Como empresaria hecha a pulso, líder gremial comprometida y sincera o como defensora férrea de los intereses de Cali y el Valle del Cauca, entre el amplio legado que nos deja -incluso más allá de las importantes iniciativas y obras que sacó adelante- está su perseverancia. No se daba por vencida y menos en la derrota.

29 de octubre de 2017 Por: Francisco José Lloreda Mera

Pocas veces una región tiene la fortuna de contar entre los suyos a un líder del talante de Rosa Jaluf de Castro. Como empresaria hecha a pulso, líder gremial comprometida y sincera o como defensora férrea de los intereses de Cali y el Valle del Cauca, entre el amplio legado que nos deja -incluso más allá de las importantes iniciativas y obras que sacó adelante- está su perseverancia. No se daba por vencida y menos en la derrota.

Su travesía como empresaria es más que meritoria en un país donde hacer empresa es difícil. Como ella misma lo decía, con cuatro hijos para criar y ni un peso, lo único que se le ocurrió fue vender comida libanesa. Incursionó luego en el sector del calzado con Versilia, donde vivió el auge y también la quiebra. En estos y otros emprendimientos fue ejemplo de tenacidad. No se amilanaba ante nada y si caía se volvía a levantar.

No debe sorprender por eso el respeto que pronto se granjeó entre los comerciantes del Centro de Cali y de la ciudad. Defendía a capa y espada el comercio formal, en una ciudad donde la invasión del espacio público y el contrabando la fueron arrinconando. No en vano fue una líder gremial sin parangón: en ella no existían las medias tintas, ni le comía cuento a nadie, por encopetado que fuera. Llamaba al pan, pan y al vino, vino.

Entre las características de su personalidad que más me impacto fue la perseverancia. Cuando se le metía algo en la cabeza bien difícil era sacársela. Ejemplos de ello, el Cali Exposhow, que impulsó en un momento de oscurantismo y pesimismo, desesperada por mostrarle al mundo algo positivo de Cali y por sacudirnos del letargo. Igual hizo con el Centro de Eventos Valle del Pacífico, que guerreó hasta verlo construido.

Ningún sueño le quedaba grande y menos cuando se trataba del Valle del Cauca. Su casa, la Hacienda San Marino, fue lugar obligado de cuanto alto funcionario pisaba la región. Presidentes y ministros no se escapaban de las encerronas amables que Doña Rosita organizaba. Pocas cosas le molestaban más que se mirara a la región por debajo del hombro y se le tratara mal, sin desconocer por ello, en lo que debíamos mejorar.

No tuve la oportunidad que tuvieron otros de trabajar de cerca y continuamente con ella. Pero nunca olvidaré su deferencia y generosidad. Tampoco, las veces en que nos sentamos a hablar de Cali, en especial en los intentos fallidos por gobernarla; o para compartir sus preocupaciones y proyectos visionarios. Sesiones en las que su mirada expresiva, su voz atropellada y risa cálida, arrojaban visos de ilusión y de esperanza.

No debe ser fácil para sus hijos y familiares, para sus amigos más cercanos, despedirla. Hacerse a la idea de que ya no estará; que el espacio que llenaba con su sola presencia, ha quedado vacío aunque se trate de un vacío extraño porque su imagen, su mando y su legado, jamás se irán. Están tatuados en la memoria de un país desmemoriado y en el corazón y mente de quienes tuvimos la fortuna de compartir algunos de sus sueños.

El Valle del Cauca ha sido afortunado de contar con un puñado de mujeres admirables; con carácter, líderes y visionarias, que han dejado y dejan huella. Rosita Jaluf de Castro es una de ellas. Por eso, el mayor homenaje que podemos hacerle es poner en práctica su ejemplo y no desfallecer en la tarea, siempre inconclusa, de hacer de la nuestra una región líder. Se ha ido una mujer valiente y de corazón grande: una dama de hierro.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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