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Hacerse respetar

No nos engañemos: una cosa es pensar diferente y otra mantener relaciones con un gobierno cómplice de una organización armada ilegal en Colombia

14 de febrero de 2021 Por: Vicky Perea García

Las relaciones entre Colombia y Cuba han sido de altibajos a lo largo de la historia. Desde la época de Bolívar fuimos un promotor de la independencia de la Isla, al punto de un intento fallido por conformar un ejército con Venezuela, Chile y Perú, en 1872, para liberarla de los españoles. Vendría una cruenta guerra por la independencia, que se proclamó por fin en 1899 -y en la que el apoyo de Estados Unidos fue decisivo- y la creación de la República en 1902.

Desde esos tiempos la suerte del pueblo cubano ha sido de especial interés en Colombia. Pero es a raíz de la revolución castrista en 1959, que los vínculos con la Isla han sido agridulces. Alberto Lleras rompió relaciones en 1961 por el envío de armas para la incipiente guerrilla del Eln; recuérdese que este grupo guerrillero se forja y entrena en Cuba, con su patrocinio. Desde entonces ya Fidel Castro tildaba a varios gobiernos de Colombia de títeres y traidores.

En 1975, siendo presidente Alfonso López, se restablecieron relaciones pese a reacciones en contra de sectores conservadores y de intelectuales de izquierda que veían en la decisión un favor para los exportadores colombianos. López había sido un defensor de la causa castrista, hasta que vio pasos de animal grande del modelo comunista. Lo dijo en 1961: “No vamos a permitir que el descontento del Frente Nacional tenga que refugiarse en la hoz y el martillo”.

Seis años después, en 1981, Julio César Turbay rompería otra vez relaciones arguyendo el adiestramiento de militantes del M-19 en Cuba y el envío de armas para ese grupo guerrillero. Cuba lo negó -como siempre- aunque su Cancillería admitiera que “su país tenía las puertas abiertas para todos los revolucionarios del mundo”. Con el tiempo se comprobaría el hecho: el régimen de Castro acogía, entrenaba y armaba a distintos grupos guerrilleros en Colombia.

En 1993, César Gaviria reanudó relaciones. La Cancillería colombiana lo justificó aduciendo, principalmente, que “el Gobierno colombiano dispone de información que le permite tener la plena convicción de que hoy no existe ningún nexo entre el Gobierno de Cuba y la guerrilla colombiana y que el Gobierno cubano no apoya la lucha armada en Colombia”. Si fue así, no lo sé, pero el tiempo develaría que el vínculo entre Cuba y la guerrilla nunca se rompió.

Casi treinta años después, otra vez las relaciones están en la cuerda floja, por lo mismo. Salen sus defensores a decir que Cuba prestó un invaluable apoyo al proceso de paz con las Farc y que el Gobierno no podía desconocer los protocolos de rompimiento de los diálogos con el Eln -que les daba a los negociadores 72 horas para volver al monte- por lo que la extradición inmediata, solicitada a raíz del atentado contra la Escuela de Policía en Bogotá, no tenía piso.

Han pasado no 72 horas, sino dos años -es decir 17.520 horas mal contadas- y la cúpula del Eln no solo no ha vuelto al monte, sino que sigue en Cuba, protegida, mandando sobre sus frentes en Colombia. Es decir, las razones que llevaron a Gaviria a restablecer relaciones, no existen. Ni hablar de la treta de Santos, Cuba y el Eln, para hacer ver al régimen castrista como un aliado de Colombia, cuando Biden está por decidir si es auspiciador del terrorismo.

Las diferencias ideológicas no deben ser óbice para mantener relaciones entre Estados. Pero no nos engañemos: una cosa es pensar diferente y otra mantener relaciones con un gobierno cómplice de una organización armada ilegal en Colombia. ¿A cambio de qué? ¿De mantener un frágil puente para una eventual negociación con el Eln? Qué debilidad. El Gobierno debe condicionar la continuidad de las relaciones con Cuba. Ningún país que se valore a sí mismo, puede aceptar tener por amigo a quien protege a sus criminales. Es hora de hacerse respetar.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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