¡Gracias, Presidente!
Más allá de su gobierno, que unos exaltan y otros critican, su paso por la vida dejó no pocas enseñanzas que valen la pena resaltar.
¿Miedo a la muerte? le preguntó Darío Arismendi en Caracol Radio en febrero de 2017. “Miedo, no. Es inexorable: nuestras vidas son ríos que van a dar al mar y eso lo sabemos de entradita, de manera que miedo, no”. Y luego dijo: “Pero no somos buenos amigos tampoco.”
Belisario Betancur ha fallecido a los 95 años y con él se ha ido un colombiano de los grandes; con sus virtudes y defectos, admiración y malquerencias. Así es la vida. Similar a otros, el de Betancur fue un gobierno de múltiples hechos y realizaciones. No obstante, se le recuerda por dos: el fallido proceso de paz con las Farc que condujo a la creación de la Unión Patriótica -mezcla nefasta de política y armas- y la toma del Palacio de Justicia, con un trágico desenlace. Estos son quizá de los más difundidos y recordados: una simplificación del pasado, en un país proclive al recuerdo selectivo e ideologizado. Tan es así que en el imaginario de muchos colombianos prima la idea de Betancur como el responsable de la muerte de los magistrados y de cientos de personas en el Palacio de Justicia, al tiempo que se minimiza la responsabilidad de la guerrilla. Basta ver los trinos contra el expresidente -incluso en la hora de su muerte- comparado con la generosidad amnésica con la que el país ha acogido en la política a quienes hicieron parte del M-19. El de Betancur no fue un gobierno fácil porque se atrevió a romper paradigmas. Enarboló la tesis de las causas objetivas de la violencia -hoy bastante revaluada-, lideró la paz en Centro América sin el aval de las potencias, se jugó por la descentralización y la vivienda popular, y le regresó la autosuficiencia petrolera al país. Sorteó sin titubeos el escándalo de los auto-préstamos en la banca, el terremoto de Popayán y la avalancha de Armero.
Pero más allá de su gobierno, que unos exaltan y otros critican, su paso por la vida dejó no pocas enseñanzas que valen la pena resaltar. Primero, su humildad y sencillez. Nunca olvidó su origen campesino, ser uno de los 22 hijos de un arriero -de los que solo cinco sobrevivieron- y el primero de su familia que logró calzarse unos zapatos. De ahí quizá su tesón y perseverancia, que lo llevó en un tercer intento a ser presidente de Colombia. Fue un intelectual de los de verdad, no de los que hacen alarde de una erudición liviana. Ávido de conocimiento, lector incansable, escritor y poeta. Dirán que fue un intelectual extraviado en la política, y no, fue un político culto, que es distinto, de los que quedan pocos y en épocas lejanas gobernaron al país, combinando el poder y la gramática, como Juan José Nieto, Miguel Antonio Caro y Marco Fidel Suárez.
Eran otras ligas, era otro país. Quizá su origen y formación explican la decisión de tomar distancia de la política una vez concluido su gobierno, en un país donde los expresidentes no suelen retirarse. Betancur no: entendió cumplido su ejercicio político y público, con sus aciertos y equivocaciones. Jamás criticó a un sucesor en la presidencia; por el contrario, si se le llamaba a apoyar una causa noble, que creía buena para la patria, ahí estaba. Sin esperar nada a cambio.
En una entrevista reciente dijo: “Para el ser humano lo más enaltecedor es pedir perdón, es decir me equivoqué, perdónenme. Yo lo he hecho y lo haré más en tiempo de futuro, porque el perdón dignifica, el perdón enaltece.” Ojalá el paso de los días contribuya a que se honre su memoria como corresponde. Solía afirmar que él era mejor expresidente que presidente. No es así, Belisario Betancur le cumplió al país con creces. Gracias, Presidente. Sigue en Twitter @FcoLloreda