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El fiel de la balanza

El reto es doble: contener el coronavirus y de expandirse mitigarlo, y hacer lo posible para paliar una crisis económica y social que parece inevitable

15 de marzo de 2020 Por: Francisco José Lloreda Mera

Una tarde de noviembre, William Troeller, de 13 años, se ahorcó. El niño había visto a su familia sumergirse progresivamente en la desesperación. Su padre había perdido el empleo, siete meses atrás les cortaron el gas por falta de pago, y se sentía incómodo de pedir su ración diaria de comida al ver a sus otros cinco hermanos con hambre. Este es uno de los tantos casos que rememora Amity Shlaes en su libro ‘El hombre olvidado’.

Cien años deben tener quienes aún con vida eran unos niños durante la Gran Depresión. Cuando la economía mundial se vino a pique luego del desplome de las acciones en la bolsa de Nueva York, causando una parálisis generalizada y devastadora de la mayoría de los sectores económicos, en las ciudades y en el campo. Una crisis que mutó en drama humano: en un desempleo masivo, pobreza, enfermedad, y una profunda desesperanza.

El Producto Interno Bruto (PIB) a nivel mundial cayó 15%, el comercio internacional 50%, los precios de productos agrícolas 60% y el desempleo global superó el 30%. Diez años le tomó a Estados Unidos volver a tener el PIB de 1929, cuando se inició la crisis, y la opinión predominante de los historiadores económicos es que la Depresión finalizó solo con la Segunda Guerra Mundial, cuando el gasto público creció y cayó el desempleo.

Las causas aún son materia de discusión entre economistas, dependiendo de la escuela de pensamiento. Los keynesianos culpan al bajo nivel de gasto agregado de la economía, lo que contribuiría a una caída en los ingresos y el empleo. Los monetaristas, a su turno, señalan a la desfinanciación de la banca, que llevó a la quiebra a una tercera parte del sector, a una contracción monetaria del 35%, y dejó sin un peso a todos los ahorradores.

Pero más allá de la teoría, esta, como otras crisis económicas, conllevan una caída en la demanda. Cuando -por la razón que sea- se dejan de consumir los bienes y servicios, los negocios quiebran, se traduce en despidos, estos en menores ingresos y por ende menor consumo y así sucesivamente, en una avalancha difícil de contener una vez se inicia. Así funciona la economía de mercado, la que está en riesgo de padecer un nuevo colapso.

Importante tenerlo presente cuando los gobiernos toman medidas para contener, y de ser necesario mitigar, el nuevo coronavirus: cierres de frontera, cancelación masiva de rutas aéreas y eventos masivos, y orden de confinamiento. La apuesta: proteger la vida y la salud, con restricciones en principio temporales, para evitar una crisis que podría ser mayor. ¿Exagerado? Ojalá no, pues vamos camino a una recesión económica global.

No es fácil de lograr el fiel de la balanza entre unas medidas adecuadas en salud pública y sostenibilidad económica, para que la cura no termine siendo peor que la enfermedad. Se aprecian tres escenarios: el de un virus sin control con una crisis económica global, un virus sin control con una economía sobreaguando, y un virus bajo control en medio de una crisis económica con un alcance incierto. Esta pareciera ser la de menor riesgo.

Colombia también sufrió las consecuencias de la Gran Depresión: el precio del café se desplomó, el flujo de capital se interrumpió, las obras públicas se paralizaron, y hubo un despido masivo de trabajadores. En la situación actual, la salud debe ser la prioridad, sobre eso no debe haber duda. Significa sí, que el reto es doble: contener el coronavirus y de expandirse mitigarlo, y hacer lo posible para paliar una crisis económica y social que parece inevitable. Cabeza fría para proteger la vida, cuidando también la economía.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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