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De primera, de segunda

En Colombia hay minorías de primera y minorías de segunda. Prueba de ello, la forma como el país ha abordado la discusión sobre la adopción de niños por parte de parejas no heterosexuales y solteros, y la prohibición selectiva de las corridas de toros.

11 de junio de 2017 Por: Francisco José Lloreda Mera

En Colombia hay minorías de primera y minorías de segunda. Prueba de ello, la forma como el país ha abordado la discusión sobre la adopción de niños por parte de parejas no heterosexuales y solteros, y la prohibición selectiva de las corridas de toros. Dirán algunos que son temas que no se deben comparar y es posible que tengan razón. Pero eso no desvirtúa el problema de fondo: el trato desigual a las minorías en el país.

La adopción por parte de parejas no heterosexuales y solteros ha generado de tiempo atrás controversia. Quienes se oponen señalan que los niños deben crecer en familias “convencionales” compuestas por una pareja con diferente sexo; quienes la respaldan indican que es mejor que un niño sin hogar, cualquier sea el motivo, crezca en uno con padres homosexuales o solteros, a un orfanato del Icbf -aunque les den buen trato-.

Las corridas de toros, por su parte, han generado otra discusión irreconciliable. Quienes desean acabarlas argumentan la violencia y sufrimiento del toro en el ruedo; quienes la apoyan señalan que es un arte, una tradición; que la muerte es esencial a la lidia y que sin la lidia el toro bravo se extinguiría, y que si de maltrato se trata son peores las peleas de gallos y corralejas, y el trato dado a todos los animales camino al matadero.

En el caso de la adopción por parte de parejas del mismo sexo y solteros, el gobierno y la mayoría de medios se movilizaron para impedir la realización de un referendo que de haberse llevado a cabo seguramente hubiese sido ganado por quienes no están de acuerdo con ese tipo de adopción; intuyo que la mayoría de colombianos prefieren la adopción por parte de familias “convencionales” y no consienten el homosexualismo.

En el caso de las corridas de toros este año se realizará una consulta para decidir si se prohíben o no en Bogotá y el gobierno presentó un proyecto de ley para prohibirlas en todo el país. Es de esperar que ganen la consulta los antitaurinos pues los toros no son un espectáculo de masas y la sola imagen de un toro maltratado causa rechazo. Y es incierta aún la decisión que tome el Congreso sobre las corridas en el resto del país.

En mi caso, prefiero que un niño crezca en un hogar “no convencional” a un orfanato; donde se le brinde amor y oportunidades, independiente de la orientación sexual de quienes adoptan, si son solteros o casados. Además, muchas parejas “convencionales” son un total desastre y crecer en un hogar compuesto por una pareja heterosexual, unida bajo un mismo techo, no garantiza que un niño sea feliz, querido y respetado.

Y en cuanto a las corridas de toros, no soy taurino. Crecí yendo a toros y creo que hay aspectos del toreo bellísimos, pero con los años concluí que no lo disfruto y no estoy de acuerdo con el maltrato animal. Es más, hace más de quince años decidí que por lo pronto no volvería a toros -he vuelto tres veces- y escribí una columna llamada ‘Viva el toro’ por la que casi me linchan amigos y familiares. Pero respeto a quien le gusta.

Pero el punto de este artículo no es quién tiene la razón ni mi posición personal pues encontraremos argumentos válidos a favor y en contra en ambos casos. El tema de fondo es el trato desigual de dos minorías por parte de las Altas Cortes, el Gobierno, y la opinión pública; una protegida -parejas no heterosexuales- y otra desprotegida -los taurinos-. Minorías de primera y de segunda. Y en el medio, populismo y politiquería.

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