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Mientras en México se hacían esfuerzos sobrehumanos para salvar una o más vidas, el presidente Trump anunciaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas que borraría del mapa a Corea del Norte y, claro está, a sus 25 millones de habitantes si su gobernante insistía en sus amenazas como potencia nuclear emergente.

22 de septiembre de 2017 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Mientras en México se hacían esfuerzos sobrehumanos para salvar una o más vidas, el presidente Trump anunciaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas que borraría del mapa a Corea del Norte y, claro está, a sus 25 millones de habitantes si su gobernante insistía en sus amenazas como potencia nuclear emergente. ¡Qué contraste!

Al mismo tiempo en Moscú se levantaba lo que el editorialista del New York Times (21 de septiembre) denomina un monumento al asesinato al referirse a la estatua que se inauguró en un sitio notorio de Moscú el pasado martes, quién lo creyera, promovida por el Ministro de Cultura y en honor del General Kalashnikov, un homenaje inmerecido al famoso fusil denominado comúnmente AK-47. Increíble, al mismo tiempo el presidente Santos anunciaba la construcción de un monumento para conmemorar el Acuerdo de Paz en Colombia construido, seguramente, con desechos de ese mismo armamento. Otro contraste.

Y mientras, aquí celebrábamos el sesquicentenario de la fundación de la Universidad Nacional, una institución que ha sido capaz de superar situaciones que chocaban con el espíritu de tolerancia y libertad que la han caracterizado y que han hecho de ella, realmente, un punto de referencia para el trabajo intelectual serio. Una institución que le ha abierto horizontes de prosperidad a miles de conciudadanos que de otra manera no habrían podido satisfacer sus ambiciones. Una galería de rectores insignes, entre los cuales es inevitable destacar el papel reformador que en su momento jugaron personalidades como Mario Laserna y José Félix Patiño.

Ojalá la historia que recoge en varios tomos lo que ha sido su desempeño no olvide el papel que jugaron algunas figuras emblemáticas, como Otto de Greiff para mencionar solamente un nombre. Es que las universidades las construyen los profesores, los investigadores, muchos funcionarios y, claro está, su cuerpo estudiantil.

Que discordancia con lo que nos está ocurriendo con una institución tan venerable como La Corte Suprema de Justicia y otras secciones de la Rama Jurisdiccional. Afortunadamente las personas implicadas no son egresados de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional. Deplorable que aquellas que graduaron estas personas implicadas en actos tan denigrantes no hayan manifestado todavía su indignación. El ambiente de reconocimiento hacia la Universidad Nacional y, también, de orgullo por sus realizaciones y su formidable contribución al desarrollo de Colombia se ve contaminado, que tristeza, por este ambiente pestilente que ha manchado una tradición tan respetable como la que Colombia ha exhibido en materia jurídica.

Estamos, realmente, en mora de poner en marcha unas respuestas de emergencia que nos permitan, al mismo tiempo, destapar todo lo que haya de indebido en nuestro sistema judicial, así como en otros sectores de la sociedad para devolverle a los ciudadanos el derecho de confiar, otra vez, en sus autoridades, en sus jueces, en sus instituciones. Realizar un proceso electoral significativo en este ambiente tan deteriorado incrementa una incertidumbre inédita y un ambiente de pesimismo que no conocíamos.

La ciudadanía reclama acción y espera ansiosa un liderazgo político que coloque a la Nación en la senda apropiada en términos de transparencia y equidad. Son valores éticos imprescindibles.

Colombia no ha sido esto que estamos viendo. El negocio de las drogas ilícitas debilitó los valores tradicionales como la honestidad, la austeridad y el valor del trabajo.

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