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Protesta social

Ya está claro. Se vienen los tiempos de la protesta social. Así lo afirma el Gobierno. Así se anticipaba. Así está comenzando a ocurrir.

23 de junio de 2017 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Ya está claro. Se vienen los tiempos de la protesta social. Así lo afirma el Gobierno. Así se anticipaba. Así está comenzando a ocurrir. Es un tema obvio. Las Farc no están solicitando pasaportes para irse a pasarla bueno en rumbiaderos internacionales, así tengan el dinero para eso. No. Están pidiendo pista para competir electoralmente con los actores tradicionales. Y no están esperando que les den permiso. Hace un buen tiempo su comandante anunció que estaban movilizándose políticamente.

No es cierto que en Colombia no haya existido la protesta social dizque como consecuencia del conflicto armado. Hay libros dedicados a inventariarla y describirla y tesis universitarias nacionales y extranjeras, al respecto.

¿Qué es lo nuevo? Pues ahora estarán mejor concatenadas con una estrategia electoral que buscará desacreditar los gobiernos de turno -lo que no es muy difícil- y catapultar los factores de descontento -aún menos difícil-.

Sería de esperarse que ya estuviéramos preparados para manejar civilizadamente este escenario de actividad política, muy legítima por otra parte. Pues no parece.

No sé cuántas veces he mencionado en escritos y conferencias, que en París hay alrededor de 3.000 protestas al año. Con todo, la ciudad funciona, es amable y su belleza no sufre. No se ven grafitis ni se maltratan los monumentos ni las fachadas. Se diría que allá no pasa nada. Aquí da tristeza ver el deterioro creciente hasta de la fachada de la Catedral o la del Palacio de Justicia. La protesta social cree que tiene el derecho de ensuciarlo todo, afectarlo, deteriorarlo.

Peor que eso, cree que además tiene el derecho, ese sí sagrado, de hacerles invivible la vida a los demás. Imposibilitar el ejercicio legítimo del derecho de los ciudadanos al trabajo, o a la movilidad, o a la educación, a la seguridad, al descanso, a la serenidad. París sería un infierno diario si no existieran unas reglas mínimas que son respetadas por quienes se manifiestan por medio de la protesta social. Un desbordamiento es excepcional. Entre nosotros la desobediencia de esas reglas es patente. Valdría la pena revisarlas y proponerse realmente su cumplimiento.

La convivencia no existe si no se respeta un mínimo de reglas. ¡Y eso no es nuevo! Como que nos hemos acostumbrado a que cada quien puede hacer de la protesta una herramienta de confrontación o de desprecio hacia los derechos de los demás ciudadanos. Aquí ocurre y a nadie le sorprende. Cada sector o grupo espera su momento para hacer lo mismo. En una especie de ‘vendetta’ social que está ahí para cuando se ofrezca.

La Policía, también, tiene mucho que aprender en el manejo de la protesta social. Su papel no es el de la confrontación, por ejemplo, devolviendo las piedras que le arrojan. Su papel es proteger la protesta que ha sido debidamente autorizada y proteger los derechos de los ciudadanos que no están involucrados. No es una tarea fácil, pero en algunas ciudades se hace y con éxito. Ese trabajo bien hecho es apreciado y valorado por la población.

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