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Colombia y Venezuela

Elecciones, elecciones, elecciones, es el grito ahora unánime en Venezuela. Ha sido la consigna de la oposición durante meses y ahora la adopta el propio presidente Maduro.

28 de abril de 2017 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Elecciones, elecciones, elecciones, es el grito ahora unánime en Venezuela. Ha sido la consigna de la oposición durante meses y ahora la adopta el propio presidente Maduro. Pues sí, las elecciones son el mecanismo que ha permitido superar pacíficamente conflictos en la sociedad. En ocasiones, la manipulación de sus resultados o la incredulidad en la transparencia del proceso han llevado a confrontaciones armadas. O sea, a negar la verdadera naturaleza de esta herramienta política.

Eduardo Posada Carbó, en su más reciente columna en El Tiempo, dice que este reclamo, ahora en boca de Maduro “parece chiste de mal gusto”. “Imposible”, añade, “tomar en serio las propuestas del régimen que decidió posponer las elecciones regionales del año pasado. El mismo régimen que ha impedido la celebración del Referendo Revocatorio (…)”.

Mientras tanto, en Colombia las fuerzas políticas reflexionan acerca de la propuesta de Reforma Electoral que una Misión Especial ha construido para perfeccionar nuestras instituciones y procedimientos en esta delicada materia. Que, dicho sea de paso, debe ser acordada por amplísimo consenso político por las implicaciones que tiene en cuanto a la distribución del poder.

Semejante coincidencia obliga a reflexionar sobre la tradición electoral tanto de Venezuela como de Colombia. Y al respecto he encontrado un excelente ensayo histórico del reconocido y admirado académico Malcolm Deas, titulado ‘Elecciones venezolanas, 1830-1900’ que aparece como parte de los once ensayos de historia de Colombia y las Américas, que acaba de publicar Taurus bajo el título Las Fuerzas del Orden. Excelente y original colección.

Para el profesor Deas el padrón del Siglo XIX en Venezuela, “parece ser uno de oscilación, variantes de autoridad que de vez en cuando ceden su lugar a episodios de movilización popular particularmente intensos, que incluyen todas las razas y estratos sociales, después de los cuales la autoridad se restablece en distinta forma.” Y más adelante, “las elecciones a veces son plebiscitarias; a veces, meras ratificaciones del poder establecido o del poder ganado por otros medios; a veces, muy a menudo, son elecciones libres. Detrás de estas oscilaciones es posible discernir un autoritarismo creciente.” (p.309).

Posada Carbó, sin duda, el mejor historiador de nuestro proceso electoral, lo describe como una tradición “longeva y persistente”, “una tradición electoral fuertemente arraigada”. No vacila en afirmar que “el intenso y prolongado calendario electoral desde la Independencia debería ser un indicativo suficiente de la centralidad que ha ocupado el sufragio en la formación del poder en Colombia. Se trata de una tradición subvalorada y hasta despreciada”. Recuerda que “durante las últimas décadas las tradiciones electorales colombianas han perseverado a pesar de enormes desafíos”. Luego señala que “el que el sistema político haya sobrevivido a tales desafíos puede tomarse como otra clara señal más de fortaleza institucional.” Y concluye: “Sin embargo, la agenda reformista que exige la democracia colombiana para su consolidación se podría construir sobre bases más sólidas, con una valoración más justa de las tradiciones electorales que este ensayo ha querido reivindicar”. (Citas tomadas de su ensayo La Tradición Electoral, en Fernando Cepeda Ulloa, Fortalezas de Colombia 2004).

Dos trayectorias políticas muy diferentes, países hermanos pero tan distintos, no sólo en lo político. Así lo revelan estas indagaciones sobre los antecedentes electorales en Venezuela y Colombia. Y ahí reside significativa clave para entender lo que ocurre en estas dos repúblicas.

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