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Mario Fernando Prado

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¿Felices qué?

El cruel episodio de la comprada de los regalos se tornó en un estresante dolor de cabeza espantoso en que la platica ya no alcanzaba y no se conseguían las cosas

29 de diciembre de 2023 Por: Mario Fernando Prado

Casi que no se acaban estas navidades. Qué ajetreo. Qué corre-corre. Todos quedaron con la lengua afuera menos yo, que como un egipcio, me relajé y me limité a observar a mis congéneres desesperados queriéndole ganar tiempo al tiempo en una loca carrera para no llegar a ninguna parte.

El cruel episodio de la comprada de los regalos se tornó en un estresante dolor de cabeza espantoso en que la platica ya no alcanzaba y no se conseguían las cosas que se deseaban adquirir, pues las tales promociones se agotaron en un dos por tres.

Y es que, por ejemplo, las rebajonas por internet -salvo escasas excepciones- se volvieron unas completas estafas. Radios que sonaron una sola vez, ollas que se achicharraron al segundo uso, linternas que nunca alumbraron, ropa de un ordinario subido y vaya reclame. No hay con quién hablar.

Lo otro, los madrugones con descuentos hasta del 50% en poquitísimos artículos, que se agotaron en minutos en unas trampas al consumidor, que bien vale la pena que se investiguen y se castigue a sus promotores.

A todo lo anterior, súmele el problema de la movilidad o mejor de la inmovilidad, con un tráfico colapsado, con vehículos estacionados, obstruyendo un carril, con las motos, rompe retrovisores agresivas y desafiantes, con conductores que se van encima de los motociclistas, con taxímetros alterados, con restaurante que ofrecen carne de marrano a precio de faisán, con cenas de nochebuena que hacen pasar noches malas, con la pólvora asfixiante mata-mascotas, con vecinos que ponen reguetones las 24 horas, y vaya dígales algo.

Y si va de viaje, la cosa es peor. En las terminales y en los aeropuertos no cabe un alma, las colas y el tumulto son de salir corriendo, no se consiguen cupos, las reservas no se respetan y las peleas no se hacen esperar, y si por fin consigue puesto en un vetusto bus, con el monóxido que se cuela entre las rendijas de las destartaladas carrocerías, más el sofocante calor, producto de viajar como sardinas en la lata, he ahí la tormenta perfecta para, mínimo, un mal aire. Y pensar que a eso se le llama irse de vacaciones…

A su turno, a los aviones les han juntado de tal manera las sillas quedonde se sentó se quedó, porque no hay manera ni siquiera de cruzar la pierna y olvídese de ir a dar del cuerpo. Y para rematar, ya ni maleta de mano se puede llevar.

Vienen luego las espantosas novenas, faltas de respeto con María, José y el dulce Jesús mío, mi niño adorado, en unos pesebres con D1, iglesias cristianas, helipuertos; en las que se reza profanamente una novena, para luego darle paso al ‘chucuchucu’ y a unos buñuelos tiesos y unos dulces almibarados que matan a un pichón de diabético.

No hablaré de las cenas de navidad y año nuevo y demás entretenimientos feriales, porque me está dando un surmenage que me obliga a suspender esta columna que debía terminar con una feliz navidad y año nuevo, pero les juro que no soy capaz, y limitándome a preguntar en mi casa algo que podría costarme la vida: “¿Qué más se ofrece?”.

De todas maneras, gracias por soportar a este Sirirí, que si pudiera se iría a dormir desde esta noche hasta el 2 de enero, como lo hacía mi amigo Humberto López López, con una docena de paisas en la Clínica Soma de Medellín.

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