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Un privilegio extraordinario

En esta época de fractura, polarización y liviandad, un candidato con juventud y experiencia, con profundidad y empatía por los más necesitados

6 de febrero de 2022 Por: Esteban Piedrahíta

En Colombia, a diferencia de lo que sucede en la mayoría de países de nuestra región y muchísimos del mundo, hay abundancia de buenos candidatos presidenciales de diversas corrientes. Hay PhD de universidades internacionales, un urbanista mundialmente reconocido, exitosos exalcaldes y exfuncionarios, y exparlamentarios destacados (sin soslayar que hay un par francamente pavorosos). En medio de esta profusión de opciones— que no deja de ser sorprendente dado lo arduo y desagradecido del cargo—, tener además la posibilidad de votar por una persona que considero entre las más brillantes de mi generación resulta para mí un privilegio extraordinario.

Alejandro Gaviria es un académico e intelectual de excepción. Aparte de su maestría y doctorado en economía, ha recibido premios académicos y periodísticos, publicado numerosos artículos en reconocidas revistas académicas especializadas del país y el exterior, ocupando posiciones de liderazgo en los que son probablemente el más destacado centro de pensamiento y la más destacada universidad del país, y en los últimos 6 años, en medio de los rigores de una agitada vida laboral y de un cáncer, publicado con mucho éxito 5 libros de interés general.

Pero Alejandro no sería uno de esos ‘presidentes poetas’ del Siglo XIX en Colombia, refugiados en el Palacio de San Carlos cuál proverbial ‘torre de marfil’ (Miguel Antonio Caro nunca salió de la sabana de Bogotá). Su apuesta vital de servicio, templada por el cáncer, lo convoca a ‘incomodarse’. Dejó la decanatura de economía de la Universidad de los Andes para ocupar por 6 años el Ministerio de Salud, uno de los cargos más complejos del estado colombiano. Su paso por allí y por el DNP le ofrecen una perspectiva práctica inigualable del funcionamiento del país y del gobierno. Y el año pasado abandonó la rectoría de la misma universidad —un trabajo soñado— para encarar una arriesgada contienda electoral.

Por sobre sus capacidades intelectuales y su trayectoria, lo más admirable es su carácter— la virtud irremplazable. De este y de su independencia ha dado muestras a lo largo de su carrera. Entre las más notables está cuando, como ministro, hizo frente a poderosos intereses internacionales— estatales y privados—, para lograr regular los precios de muchos medicamentos y así hacerlos más asequibles a los colombianos. Desde ese cargo también, y con base en criterios técnicos, plantó cara al uso del glifosato como herramienta privilegiada de la fallida ‘guerra contra las drogas’.

En estos asuntos, aparte de valentía, también demostraba sus valores y talante liberales. A diferencia de lo que típicamente ha sucedido con políticos de Colombia y América Latina, que solo hablan de la ‘legalización’ de las drogas cuando ya han abandonado la presidencia, Alejandro ha incluido su despenalización y regulación en su plataforma de campaña. Lo mismo que las del aborto y la eutanasia. Sostener estas posiciones liberales y modernas en un país católico y bastante conservador requiere de gran coraje. Lo mismo que ser quizás el primer candidato presidencial abiertamente ateo en la historia de Colombia.

En esta época de fractura, polarización y liviandad, un candidato con juventud y experiencia, con profundidad y empatía por los más necesitados, con un talante y una visión modernos y moderados, que reconoce los avances de Colombia y también sus enormes pendientes, que defiende la iniciativa privada, pero admiten los límites de los mercados, y que cree firmemente en las libertades individuales, la inclusión, la sostenibilidad y la democracia, es precisamente lo que necesita Colombia para reconciliarse y avanzar.
Sigue en Twitter @estebanpie