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Millones de razones

En Colombia, también, la esperanza de vida ha aumentado en cerca de 45 años en el último siglo —de 32 años a 77 años— 5 años más que el promedio mundial.

16 de mayo de 2021 Por: Esteban Piedrahíta

Colombia es uno de los países más desiguales y violentos del mundo.
Según cifras oficiales, el año pasado más de 21 millones de colombianos (42,5% de la población) se encontraban en la pobreza. Entre estos, 7,5 millones (15%) no tenían ingresos suficientes para adquirir el mínimo calórico. Casi una de cada tres personas en las principales ciudades reportó en 2020 que consumía menos de 3 comidas diarias.

El racismo, el clasismo y la exclusión son endémicos. Entre las naciones que integran la Ocde, Colombia es en la que hay menor movilidad social.
Una persona nacida en un hogar pobre aquí se demoraría en promedio 11 generaciones para alcanzar el nivel medio de ingresos de la población.
La corrupción atraviesa todos los niveles del Estado y muchos ámbitos privados. En nuestro país hay al menos 21 millones de razones legítimas para protestar.

En Colombia, también, la esperanza de vida ha aumentado en cerca de 45 años en el último siglo —de 32 años a 77 años— 5 años más que el promedio mundial. Hace solo 50 años, uno de cada diez niños moría antes de cumplir un año; hoy muere uno de cada 100.

El colombiano promedio medía 1,65 metros en 1920; hoy mide 1,71.
Según datos de Unicef y la OMS, en 1986 uno de cada 11 niños presentaba un peso significativamente bajo para su edad a causa de la desnutrición; esa condición hoy afecta a uno de cada 30 niños.

En 1993, la tasa de homicidios fue de 85,2 por 100.000; el año pasado cerramos con una tasa de 13,3 —una reducción del 84%. El acceso a la educación superior solía ser un gran privilegio. En los años 60, 3% de los jóvenes lo lograba; hoy el porcentaje es superior al 50%. En nuestro país hay al menos 50 millones de razones para mirar el futuro con esperanza.

Esta contradicción entre el notable progreso en las condiciones de vida de la población y la persistencia de profundas carencias e inequidades, tan propia de países adolescentes, está en el meollo de la crisis actual.
Los que somos, en mayor o menor grado privilegiados, tendemos a ver el vaso medio lleno; los que están lejos de serlo, lo ven medio vacío (o peor). Ambas son perspectivas válidas de una misma realidad.

Los primeros estamos confiados en que, ajustando rumbos, pero sin destruir un sistema (altamente imperfecto) que nos ha permitido avanzar, cada día podemos generar mayor bienestar a toda la ciudadanía. A los segundos, los tiempos de esa propuesta no les sirven.
Es entendible. Aunque posiblemente ignoran que el desarrollo social es un proceso acumulativo, que es necesariamente más difícil construir que destruir, y que, como lo ilustra patéticamente Venezuela, los cambios sistémicos nos pueden dejar a todos mucho peor.

¿Dónde nos podemos encontrar? Dialoguemos, pero no asfixiemos y empobrezcamos más a la ciudadanía con bloqueos. Hay cosas, sencillas en apariencia, que podemos hacer. Bajarle al odio y a la estigmatización del que piensa diferente. Erradicar de nuestro vocabulario tantas palabras, frases y chistes clasistas, racistas y excluyentes. Parar menos bolas a las redes sociales y a las teorías conspirativas que se acomodan a nuestros prejuicios. Buscar espacios para mezclarnos y exponernos más a quienes son diferentes. Hay que estallar muchas burbujas.

Otra cosa inevitable es que quienes tenemos más debemos aportar más. En Colombia la mayoría de los individuos de ingresos y patrimonios altos o altísimos pagan muy pocos impuestos (este no es el caso de las empresas más grandes y serias). Nuestro Estado tiene muchas deficiencias que hay que corregir, pero es un Estado patentemente insuficiente. En 200 años de república no ha podido siquiera ejercer control efectivo sobre el territorio.
Sigue en Twitter @estebanpie