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Desafíos distributivos

Aunque hay serios interrogantes sobre la sostenibilidad a mayor plazo del crecimiento global, por la resaca de los enormes estímulos fiscales y monetarios que aumentaron la deuda de los gobiernos y las presiones inflacionarias

5 de septiembre de 2021 Por: Esteban Piedrahíta

Hace un año, la pregunta del momento entre los economistas era qué trayectoria tomaría la recuperación de la economía mundial tras la profunda crisis causada por el Covid-19. Algunos hablaban de que podría tomar la forma de una ‘U’, con un prolongado estancamiento después del desplome inicial, y una lenta y ardua recuperación. Otros planteaban algo parecido a una ‘W’, donde nuevas variantes del virus precipitaban nuevas caídas. Los más optimistas esbozaban una recuperación en ‘V’, con un retorno rápido a los niveles de actividad económica pre-pandemia. Hoy, gracias al rápido avance de la vacunación y los importantes estímulos económicos dispuestos por muchos países, todo parece darles la razón a los optimistas.

La última proyección de crecimiento publicada por el Fondo Monetario Internacional es sorprendente; estiman que en este año y en 2022, la producción mundial será, respectivamente, casi un 3% y casi un 8% superior a los niveles de 2019. Así las cosas, estaríamos frente a una recuperación más en forma de ‘chulo’ que de ‘V’, con dos años de crecimiento global extraordinario y una economía global significativamente mayor a la anterior a la pandemia. En el caso de Colombia, aunque el FMI es más conservador, las proyecciones de la Oecd y la mayoría de los analistas indican que, frente a los niveles de 2019, la producción ya será ligeramente mayor este año, y un 3-4% superior en 2022.

Aunque hay serios interrogantes sobre la sostenibilidad a mayor plazo del crecimiento global, por la resaca de los enormes estímulos fiscales y monetarios que aumentaron la deuda de los gobiernos y las presiones inflacionarias, la principal cuestión en muchos países, incluido Colombia, es de índole distributiva. La pandemia se ensañó particularmente contra los más vulnerables, con lo cuál la recuperación de la actividad económica se trasladará muy imperfectamente al bienestar general.
Según cifras del Dane, el número de personas pobres según su ingreso en el país aumentó en 3,6 millones el año pasado en razón a la pandemia y las restricciones económicas que precipitó. La gran mayoría de ese aumento (2,8 millones) provino de los pobres extremos, personas que no tienen para adquirir el mínimo calórico.

Si bien el empleo, que es el principal canal de transmisión del crecimiento económico a los ingresos de los hogares, viene recuperándose, lo hace con menor dinámica que la producción. En el promedio de los primeros 7 meses de este año, el país ha recuperado solo la mitad de los empleos (formales e informales) perdidos en igual período del año pasado. De otro lado, por causa del aumento en los precios internacionales, la devaluación del peso y los impactos de los bloqueos de mayo y junio, los precios de los alimentos—determinantes en la fijación de las líneas de pobreza y pobreza extrema—aumentaron casi un 10% en los 12 meses terminados en julio.

Así las cosas, y aunque es previsible que en lo que resta del año el empleo se siga recuperando y la inflación de alimentos amaine, el foco de la acción del Estado debe pasar de la reactivación y la vacunación, que ya son hechos irreversibles, a medidas de atención y promoción a los más pobres—profundización del programa de ingreso solidario, apertura rápida y completa de guarderías, colegios y universidades, etc.—y a las reformas estructurales que contribuyan a un crecimiento más incluyente de largo plazo. Sobre el cómo de este particular, lamentablemente, estamos lejos de tener un consenso nacional.
Esperemos que al menos una mayoría de los candidatos presidenciales pueda lograr cierta convergencia sobre este asunto a todas luces urgente.
Sigue en Twitter @estebanpie