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¿Cuál es el norte?

Iniciado el debate sobre la reforma tributaria en el país, cuyo eje es la propuesta de reducir los impuestos a las empresas, es inevitable volcar la mirada al norte y al agresivo recorte a los tributos corporativos que implantó el gobierno Trump.

19 de agosto de 2018 Por: Esteban Piedrahíta

Iniciado el debate sobre la reforma tributaria en el país, cuyo eje es la propuesta de reducir los impuestos a las empresas, es inevitable volcar la mirada al norte y al agresivo recorte a los tributos corporativos que implantó el gobierno Trump. El que la tasa impositiva a las compañías en la mayor economía del mundo baje del 35 % al 21 %, no es un hecho menor para los gobiernos de otras naciones que procuran conseguir el complejo equilibrio entre la solvencia de las finanzas públicas y la competitividad del aparato productivo, en un mundo altamente interconectado.

Aunque lleva poco más de un semestre de aplicación y es prematuro evaluar si cumplirá su seductora (y, para muchos, fantasiosa) promesa de estimular el crecimiento sin perjudicar las cuentas fiscales, los primeros cortes de cuentas que le hacen medios como The New York Times y Bloomberg a la reforma resultan ilustrativos.

Un primer hallazgo es que, a la fecha, la reducción en la carga tributaria no se ha traducido en un repunte notable en la inversión de las empresas. Tras sufrir caídas en 2016, las inversiones de capital de las compañías vienen aumentando gradualmente desde inicios de 2017 (antes de la reforma).

En parte, esto se relaciona con la caída y recuperación de los precios del petróleo. Aún así, los incrementos de principios de 2018 están por debajo de los observados en 2011-2012 y 2014. Según datos oficiales, la tasa de inversión cerró el segundo trimestre en 17,5 % del PIB, frente a su pico poscrisis de 17,9 % en 2015. A manera de referencia, en 2000 y 2006 la inversión alcanzó el 20 % del PIB.

Aunque algunas empresas anunciaron aumentos salariales en razón a la disminución de los impuestos, en los últimos 12 meses el incremento promedio en la remuneración de los trabajadores norteamericanos ha sido del 2,7 %, frente a una inflación del 2,9 % (impulsada por el aumento en el precio de la gasolina). A pesar de que la tasa de desempleo está en sus niveles mínimos desde fines del siglo pasado, los salarios reales han caído ligeramente en el último año.

Donde sí hay un cambio notable es en la recompra de acciones por parte de las empresas (una manera de repartir valor a sus accionistas). En la primera mitad de 2018, las grandes empresas que componen el índice bursátil S&P 500, adquirieron títulos propios por US$353 mil millones (un 40 % más que en igual período de 2017). Hay que remontarse a 2007, en el pico del auge anterior, para hallar cifras similares.

Por el momento, el efecto más notorio de la reforma ha sido trasladar recursos del erario a los accionistas de las empresas. La Oficina de Presupuesto del Congreso proyecta que este año el déficit fiscal aumentará un 39%.

Esto no quiere decir que una reducción razonable de los impuestos empresariales no sea deseable en Colombia. En una economía que está lejos de su crecimiento potencial, a diferencia de la estadounidense que ya venía a toda marcha, los efectos coyunturales pueden ser más positivos.

En lo estructural, hay que pensar bien en los efectos distributivos de tal reforma y cómo se reemplazarían los menores ingresos.

Una buena perspectiva la ofreció el profesor Francis Cheneval en entrevista reciente a Portafolio: “En un modelo social equitativo el Estado pone la carga fiscal más importante no donde se crean las riquezas sino donde se extraen y se consumen.

Tiene sentido gravar los dividendos, las ganancias de capital no reinvertidas, y progresivamente los salarios altos y medianos, y el consumo de lujo. Está en el interés común de cualquier modelo social mantener un impuesto corporativo bajo.”

Sigue en Twitter @estebanpie