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Costos ocultos del paro

Nuestra economía, la de todos, aunque muy imperfecta, es una sola; y cuando perdemos capacidades, sacrificamos riqueza y bienestar colectivos.

17 de octubre de 2021 Por: Vicky Perea García

Los meses de mayo y junio pasados fueron horribles para Cali. Según las cifras oficiales, en esos dos meses hubo 337 homicidios en la ciudad: un 80% más que el promedio de 2019 y 2020, y lo que equivale a 5,5 muertes violentas por día. A la gran tragedia que representa la pérdida de todas estas vidas, se suman múltiples tragedias más pequeñas que afectaron a cientos de miles de ciudadanos.

En mayo hubo 92.000 ocupados menos en Cali que en abril: uno de cada doce hogares perdió su fuente de ingresos. Los graves daños a la infraestructura de transporte de la ciudad -que persisten como llagas en el tejido urbano- no solo repercuten en un millonario detrimento para el municipio y los contribuyentes, sino en pérdidas de tiempo, calidad de vida y oportunidades para muchísimas personas. El vandalismo y bloqueo a bienes privados también produjo perjuicios, algunos irrecuperables, a una gran cantidad de negocios que dan sustento a incontables familias.

Estas afectaciones son más o menos cuantificables; pero las que difícilmente se pueden medir, las que suceden en las psiquis de las personas por la rabia, el dolor, la angustia, el miedo y la desesperanza (las “emociones tristes” de las que ha escrito tan elocuentemente Mauricio García Villegas), también fueron cuantiosas y, en buena medida, perduran.

Algunos dirán que estas muertes, las pérdidas económicas y de bienestar, e incluso los perjuicios emocionales, palidecen al lado de los ocasionados por la pandemia. No les falta razón; pero lo que diferencia a lo sucedido en mayo es que fue autoinflingido, y no fruto de un patógeno externo. Otros dirán que estos perjuicios no son nada en comparación con la tragedia diaria que viven millones de colombianos pobres, y que, por el contrario, son semillas para un urgente cambio social (en la línea de la violencia como “partera de la historia” de Marx).

Reconociendo la sufrida realidad de muchísimos compatriotas, agravada por la crisis económica precipitada por el Covid, a estos argumentos respondería que el paro y, sobretodo, los bloqueos permanentes ilegales, condujeron a más empobrecimiento, por menores ingresos de los hogares, mayores precios de muchos bienes de la canasta familiar y destrucción de valiosos activos públicos y privados. Así mismo, la bajísima popularidad del alcalde de Cali y la caída en las encuestas del candidato presidencial más afín al movimiento del paro, son señales del rechazo mayoritario a quienes de una u otra manera contemporizaron con sus métodos.

A mí me asalta una preocupación adicional, asociada con las emociones desatadas por el paro, que lucirá distante y quizás insensible, sobre todo para las personas más vulnerables de nuestra sociedad, pero que en mi opinión tiene todo que ver con sus prospectos de futuro. Se trata de cómo las secuelas del paro y los bloqueos afectarán la posibilidad de atraer y retener talentos y capacidades en el territorio. Ya varias empresas mencionan estar repensando sus planes de crecimiento en nuestra región, y un número no menor de empresarios, profesionales y médicos se han ido de la ciudad.

Entre fines de los 90 y principios de este siglo, Cali vivió, como ninguna otra ciudad de Colombia, un éxodo de talentos y capacidades que nos empobreció a todos. No hay duda de que los ciudadanos más privilegiados tenemos que estar mucho más atentos a las afugias de los caleños más pobres, pero es igualmente cierto que todos, y especialmente estos últimos, perdemos cuando se van las empresas y las personas más calificadas. Nuestra economía, la de todos, aunque muy imperfecta, es una sola; y cuando perdemos capacidades, sacrificamos riqueza y bienestar colectivos.

Sigue en Twitter @estebanpie