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Reconstrucción

El virus Sars-CoV-2 es simplemente eso, un virus. Uno de efectos muy leves, muchas veces imperceptibles, en la inmensa mayoría de los casos.

2 de junio de 2020 Por: Emilio Sardi

El virus Sars-CoV-2 es simplemente eso, un virus. Uno de efectos muy leves, muchas veces imperceptibles, en la inmensa mayoría de los casos. Y que induce la muerte de personas vulnerables, por ya padecer otras patologías, en menos del 0,01% de la población. No es el más contagioso ni el más letal de los que la humanidad ha conocido.

El daño de este virus se limita al organismo en el que se aposenta. No destruye economías ni empobrece a la gente. No triplica la tasa de suicidios, no aumenta en 50% las patologías cardíacas, no dispara la mortalidad infantil, no aumenta las muertes por cáncer por falta de atención. De todo eso se encargan las medidas que, respondiendo al pánico generado por la campaña mundial de terrorismo que lo ha rodeado, toman seres humanos sin medir las consecuencias completas de estas acciones.

El confinamiento, la defensa medieval contra las plagas, es la principal medida tomada en la mayoría de los países. Los resultados han sido tan dispares de un país a otro que su beneficio real puede ser cuestionado, pero lo que sí ha sido común a todos es su altísimo costo social, en salud, expectativas de vida y bienestar. Colombia no es la excepción, y aquí este costo ha sido brutal.

Los daños en salud pública causados por estas medidas solo se apreciarán con los días, pero el deterioro en el bienestar social ya empieza a ser evidente. El 20% de desempleo reportado para el cierre de abril, que tanto ha sorprendido a algunos de nuestros lucidos economistas, es apenas la punta del iceberg. ¡Tómenle una foto, pues pasarán meses, quizás años, para que se vuelva a ver una cifra así de buena! El desempleo seguirá aumentando, y con él la destrucción de nuestra clase media, que se ve arrastrada de vuelta a la pobreza por una tremenda crisis económica sin visos de mejoría.

Los desaforados protocolos de ‘bioseguridad’ establecidos para ese oxímoron tan nuestro, el ‘aislamiento inteligente’, son imprácticos e incosteables para cientos de miles de Mypimes que, además, ven su existencia amenazada por la falta de liquidez y de mercado. Como es ilusoria la pretensión de que los negocios lleguen a su punto de equilibrio operando al 30% de su capacidad.

Es necesario que aquí se tomen medidas económicas realmente serias para reconstruir la economía, como lo está haciendo el resto del mundo.
Con este fin, EE.UU. destinó una suma equivalente al 10% de su PIB en una primera etapa y acaba de aprobar otro 15%. Alemania le está dedicando un 28%, Italia 26%, Japón 21%, y el Reino Unido planea llegar a 25%. Aún en Latinoamérica, por ahora Perú planea destinar el equivalente a 14% de su PIB a la reconstrucción, Brasil 9% y Chile 7%.

En Colombia, en cambio, se anuncian tímidas y cicateras medidas que, además, no se materializan. La Superintendencia Financiera reporta garantías de créditos equivalentes a 0,2% del PIB y se han entregado subsidios equivalentes a 0,3%, contra anuncios que no suman más de un 2%. Para evitar que la cascada de quiebras y cierres de empresas que se ve venir se vuelva una avalancha incontenible, es urgente que el Estado racionalice su lucha contra el virus y, sobre todo, arbitre con real presteza los recursos del monto cabalmente requerido para iniciar la reconstrucción de nuestra devastada economía. Mientras más se demore, más profundizará el sufrimiento de los colombianos y mayor será la necesidad de fondos.