El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Pobreza o envidia (1)

Como es natural en una medida simplista creada hace más de un siglo, las limitaciones del coeficiente de Gini son enormes y éste puede conducir a conclusiones desacertadas y sesgos de observación.

25 de febrero de 2020 Por: Emilio Sardi

Como lo demuestra el tino de los trinos del Tino, además de satisfacciones en la esfera competitiva, nuestros deportistas frecuentemente nos regalan diagnósticos certeros sobre el devenir nacional. Entre estos, pocos tan acertados como el del gran ‘Cochise’ Rodríguez: “En Colombia se muere más gente de envidia que de cáncer”. Esto explica el alboroto que se ha venido generando en los últimos tiempos alrededor del Coeficiente de Envidia, también conocido como de Gini.

Este coeficiente fue ideado en 1912, hace más de un siglo, por Corrado Gini, supuestamente para medir la desigualdad. Es una medida estadística que busca representar la distribución de la riqueza en un grupo, en la que cero corresponde a perfecta igualdad y uno a desigualdad total. Así, si en un salón están reunidos varios empleados de una misma empresa con idénticos salarios, el Gini será cero y, según los activistas de la desigualdad, habrá felicidad plena. Pero si a ese salón entra el multimillonario propietario de la empresa, el Gini se acercará a uno y, según esos activistas, reinarán la tristeza y el desánimo, así sea que el propietario haya ido a informarles un aumento salarial.

Como es natural en una medida simplista creada hace más de un siglo, las limitaciones del coeficiente de Gini son enormes y éste puede conducir a conclusiones desacertadas y sesgos de observación. En 2010, por ejemplo, Bangladesh (con ingreso per cápita de US$1.693) tuvo el mismo coeficiente de Gini que los Países Bajos (con ingreso per cápita de US$42.183), a pesar de que el grado de satisfacción de necesidades básicas de los dos países era totalmente diferente.

Muchos otros problemas aquejan al Gini. Por ejemplo, que diferentes distribuciones del ingreso pueden producir el mismo índice. O que padece del sesgo de la muestra pequeña y las regiones o países con poblaciones pequeñas tienden a mostrar coeficientes de Gini más bajos. O que no puede dar cuenta de los efectos en cambios estructurales poblacionales, como los que se dan cuando la proporción de jóvenes o adultos mayores en una población cambia.

Más pertinentes al caso colombiano son que el Gini no puede tomar en cuenta políticas igualitarias y que no contempla ingresos provenientes de la economía informal. Como sólo mide la dispersión del ingreso, ignora hechos como nuestro cubrimiento prácticamente universal de la salud o los altos subsidios a los servicios públicos de los estratos más bajos. Y la medición del ingreso es totalmente incompleta en una economía con el alto grado de informalidad de la nuestra, con patrones de ingreso no reconocidos que tienden a acumularse en segmentos de bajos recursos y que llegan a incluir hasta el trueque.

Pero hay que ir más allá de lo inadecuado que el tan mentado coeficiente de Gini es para medir la desigualdad. El tema de fondo realmente es cuál es más importante: la pobreza relativa o la pobreza absoluta. A mí no me quitan el sueño los miles de millones de dólares del patrimonio de Bill Gates, pero sí me parece tremendamente preocupante que haya millones de compatriotas que no cuentan con los recursos para atender sus necesidades básicas. Reconociendo que en Colombia hay inequidades que eventualmente deben ser superadas, es evidente que sacar a toda la población de la pobreza absoluta debiera ser la prioridad nacional. Es más urgente erradicar la pobreza que curar la envidia.