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Óiganme, por favor

Realmente impresiona la velocidad con que se propaga el mal uso del español y se generaliza la sustitución de las expresiones correctas por otras que le restan precisión, variedad y belleza.

26 de septiembre de 2017 Por: Emilio Sardi

Realmente impresiona la velocidad con que se propaga el mal uso del español y se generaliza la sustitución de las expresiones correctas por otras que le restan precisión, variedad y belleza. Así, por ejemplo, el torpe cambio del verbo poner, con 44 acepciones, por colocar, con apenas 6, está llegando al punto en que quienes cometen ese barbarismo se ‘colocan’ bravos si se les corrige. Lamentablemente, igual rumbo está siguiendo el verbo oír, al que incorrectamente substituyen con cada vez mayor frecuencia por escuchar. Pareciera que en Colombia ya nadie oye. Aquí solamente ‘escuchan’.

El cuento es que la RAE define escuchar como “prestar atención a lo que se oye”, mientras que define oír como simplemente “percibir con el oído los sonidos” y, por eso, se supone más inteligente escuchar que oír. Con esto, se descartan las demás acepciones de oír que incluyen, entre otras, “hacerse cargo de aquello de que le hablan”, o sea escuchar, y además se ignora que, como lo reporta Wikilengua, “el DPD señala que oír tiene un significado más general que escuchar y que por ello casi siempre puede usarse en lugar de este, algo que ocurría ya en el español clásico y sigue ocurriendo hoy”. Lo converso no es cierto, pues el significado de escuchar es mucho más restringido, lo que se refleja en que el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner le dedique 61 renglones a oír y apenas 8 a escuchar.

Que oír es un verbo más rico y de mayor diversidad de usos correctos que escuchar es evidente y se aprecia en el uso que de él hacen desde la Iglesia y el Estado hasta la sabiduría popular. El primer mandamiento de la Iglesia Católica es: “Oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar” y, obviamente, no se refiere a simplemente percibir los sonidos sino a hacerse cargo de lo que se dice en ella. Y en todos los códigos legales se encuentra que las autoridades deben oír a las partes, no escucharlas. De hecho, durante la Colonia la justicia era impartida en la Nueva Granada por oidores, no por ‘escuchadores’.

Es común oír a alguien decir “Dios oyó mis súplicas” cuando logra algo que deseaba, y el sacerdote oye la confesión del fiel. Un buen cuento generalmente es “digno de ser oído”, y el proverbio “Quien no oye consejo, no llega a viejo” nunca perderá vigencia, aunque dentro de la moda actual algunos no quieran oírlo sino “escucharlo”. Por otro lado, debo confesar que tiemblo por el tradicional “oiga, mire, vea” caleño. Ojalá esté lejano el día en que algún ‘ilustrado’ quiera cambiarlo por “escuche, mire, vea”.

El Instituto Cervantes, que “atiende fundamentalmente al patrimonio lingüístico y cultural que es común a los países y pueblos de la comunidad hispanoparlante”, considera que el “uso abusivo de escuchar en lugar de oír” es fruto más de pedantería que de dejadez o ignorancia. Consideran ellos que “hay una cierta tendencia a considerar más cultas las palabras largas y a dar de lado las cortas y quizás sea ese ‘prestigio de longitud’ la causa de que el breve oír vaya quedando relegado”. Sea por la razón que sea, yo prefiero hablar bien. Por eso, les informo a quienes se dirijan a mí que siempre los oiré con atención. Y les ruego a quienes me dirija que, por favor, siempre me oigan.

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