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Brexit y contraste

Si una palabra puede resumir los principios que rigen el comportamiento de los ciudadanos de la Gran Bretaña, ella es respeto.

17 de diciembre de 2019 Por: Emilio Sardi

Si una palabra puede resumir los principios que rigen el comportamiento de los ciudadanos de la Gran Bretaña, ella es respeto. Respeto en todas las facetas de su vida. Respeto por el trabajo bien hecho; respeto por la autoridad; respeto por el juego limpio; respeto por las instituciones, y, sobre todo, respeto por los demás.

La otra cualidad que, con razón, distingue a los británicos es su orgullo patrio. Cuna de filósofos y científicos que han tenido gran impacto en el devenir humano, ahí se gestó la revolución industrial que cambió el mundo y sirvió de punto de partida a la modernidad. A lo que se añade que esa pequeña isla por muchos años rigió, con una institucionalidad ejemplar, los destinos de buena parte del mundo. No es coincidencia que Estados Unidos, Australia y Canadá, excolonias suyas, sean hoy líderes mundiales.

El Brexit es, por eso, muy explicable. Es natural que ese pueblo altivo e independiente no quisiera seguir sometido a los mandatos de unos oscuros burócratas aposentados en Bruselas. Finalmente, los británicos no quisieron seguir aceptando que el Parlamento Europeo, poblado por políticos de variopintos pelambres, provenientes de países que nunca tuvieron la trascendencia que a través de la historia ha tenido su patria, pudiera seguir disponiendo libremente de su futuro.

Contrario a los vaticinios de quienes afirmaban que esa decisión sería reversada de ser llevada nuevamente a las urnas, las elecciones que acaba de ganar en forma aplastante Boris Johnson, en las que ese fue el tema central, la ratificaron claramente. El Brexit es un hecho irreversible y los británicos, como uno solo, lo implementarán. No es claro cuáles serán sus efectos económicos finales, pero sí se sabe que quienes han predicho que serán catastróficos son los mismos que predijeron que las medidas tomadas por el presidente Trump destruirían la economía estadounidense.

Ahí es donde se aprecia plenamente la diferencia en el respeto por las instituciones entre ese país y el nuestro. En la Gran Bretaña, cuna de la democracia moderna, una vez que los votantes se expresan, la decisión queda tomada y todos la acatan y buscan implementarla. No hay quejas de los perdedores, ni reclamos ni palos en la rueda. Hay respeto.

Aquí, en cambio, salen cuatro gatos a marchar en una protesta gaseosa, sin bases reales ni propuestas concretas, y la farándula y los medios se dedican a inflar ese evento, desechando la realidad de las votaciones que han definido quién manda y para dónde debe ir el país. Amparados en el atropello a los derechos de quienes quieren trabajar y respaldados por unos vándalos que amedrentan a la ciudadanía, se irrespeta frontalmente la institucionalidad y se busca que la autoridad legítimamente constituida negocie nadie sabe qué con nadie sabe quién. ¡Qué contraste entre Colombia y un país civilizado! ¡Qué tristeza!

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Después de una brillante carrera empresarial, truncada cuando se enfrentó al presidente que puso el narcotráfico, Germán Holguín aplicó su gran inteligencia y capacidad de trabajo a defender el acceso de los más pobres a los medicamentos, a través de Misión Salud, la ONG que fundó y dirigió con gran acierto. Tuve el privilegio de acompañarlo en esos años y, sobre todo, de gozar de su amistad e inmensas cualidades humanas. El bien que les hizo a los menos favorecidos y a Colombia es inconmensurable. Nos hará falta a todos.