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Bogotá y Colombia

Durante los últimos tres o cuatro lustros, se han elegido más de 5 mil alcaldes en los 1122 municipios colombianos.

22 de septiembre de 2020 Por: Emilio Sardi

Durante los últimos tres o cuatro lustros, se han elegido más de 5 mil alcaldes en los 1122 municipios colombianos. Entre ellos ha habido de todo: buenos, malos y regulares; honrados y corrompidos; capaces e incompetentes. En fin, lo que pueden dar la tierra y nuestra clase política.

En esa rifa, a pocas ciudades les ha ido tan mal como a la capital del país. Con una sola excepción, el listado de sus alcaldes recientes es deprimente. En este siglo, los bogotanos han demostrado muy pobre discernimiento en sus elecciones, hasta el punto en que a Lucho Garzón, a quien nadie puede acusar de competente, lo sucedieron personajes de la catadura del condenado por corrupción Moreno y Petro, el de las bolsas llenas de billetes.

Hoy Bogotá cuenta con su primera alcaldesa elegida por votación popular y, por lo sucedido en lo poco que va de su mandato, pareciera que allá siguen equivocándose. Y debe quedar claro que esto nada tiene que ver con su género, pues son innumerables los ejemplos de mujeres admirables. Como la canciller alemana, Angela Merkel, líder indiscutible de la Unión Europea. O Margaret Thatcher, inmensa líder que sacó al Reino Unido del atraso y oscurantismo al que lo había llevado el populismo y que, además, fue pilar fundamental en el final de la Cortina de Hierro y la incorporación de Europa Oriental al mundo libre. O Indira Gandhi. O Golda Meir. O tantas otras.

Lamentablemente, una cosa es la capacidad de liderar y otra es vivir dando órdenes, hasta contradictorias, sin ton ni son. Y una cosa es tomar decisiones bien pensadas y con visión de largo plazo, y otra es dar palos de ciego actuando y hablando en forma reactiva y bajo un manto de histeria.

Su manejo de la crisis generada por el Sars-CoV-2 ha sido deplorable.
Dándole rienda suelta a su autoritarismo, ha sepultado a los bogotanos bajo una cascada de agresivos y ruinosos confinamientos, prolongados hasta ser los más largos en el mundo. Sus medidas medievales han conducido al cierre, hasta julio, de 58.000 empresas bogotanas y elevaron el desempleo local a 25,1%, para el trimestre de abril a junio, contra 20,5% en el país. Todo esto para lograr que en Bogotá se presentaran 787 muertes por millón de habitantes ligadas al virus, contra 478 a nivel nacional.

Ahora bien, es peor cuando sus actuaciones van más allá del ámbito geográfico de la ciudad para cuya alcaldía fue elegida por una minoría que apenas pasó de un tercio de la votación. Ese es el caso de las incesantes confrontaciones que, confundiendo carácter con grosería, ha mantenido con el Gobierno Nacional para oscurecer su pobrísimo desempeño en el manejo de la Covid-19. Y ahora, el de su confrontación con la Policía.

La señora alcaldesa de Bogotá se cuenta entre el selecto grupo que cree que la destrucción simultánea y concertada de 75 CAI en su ciudad fue una mera coincidencia. Y le adjudica los lamentables resultados de esa bien coordinada asonada a la Policía Nacional.

El peso de la capital en un país tan centralista como Colombia es alto, pero no da como para que su alcalde busque destruir una institución nacional tan querida por los colombianos y que tanto servicio les presta como la Policía. La Policía puede y debe ser mejorada, pero eso es algo que nos compete a todos los colombianos. A la alcaldesa de Bogotá lo que le compete es tratar de manejar bien su ciudad. Si es capaz.