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Alberto Castro Zawadsky

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El tímpano colombiano

En fiestas, celebraciones, restaurantes y no se diga en espectáculos, el sonido tiene que ser de tal magnitud que se pierda toda posibilidad de comunicación entre los presentes.

30 de diciembre de 2023 Por: Alberto Castro Zawadsky

Se han barajado varias hipótesis que explican el curioso fenómeno. Algunos estudiosos se han enfocado en los efectos perniciosos del aguardiente, muchos otros no dudan en echarle la culpa al chontaduro, mientras que un pequeño grupo ha presentado asustadora evidencia en contra del pandebono.

Independiente de la causa, el daño está ampliamente documentado, afecta al 98 % de la población y se comprueba casi todos los días en múltiples puntos del territorio nacional. Se ha logrado demostrar, con microscopía electrónica, que unas fibrillas muy parecidas a la cabuya van invadiendo progresivamente el tímpano, dándole una muy particular y exclusiva rigidez que mantiene intrigados a los otólogos, estudiosos del fenómeno, tanto aquí como en otras latitudes.

El endurecimiento del tímpano afecta el diálogo civilizado, que es reemplazado por insultos a gritos, pero se evidencia mejor cuando los enfermos se exponen a música, en especial salsa, vallenatos, y reggaeton.

Se ha establecido que además de la rigidez del tímpano, fibras neuronales de la corteza frontal se cruzan con las fibras del nervio auditivo, creando una llamativa asociación. Las víctimas terminan asociando goce con nivel de ruido. No importa la calidad, sino el volumen, y sirve solo si hace vibrar ventanas en cinco cuadras a la redonda y logra tumbar algunas tejas del vecindario.

Esta curiosa condición ha convertido a Colombia en la Meca para la venta de los equipos de sonido más poderosos del mundo, con parlantes concebidos como arma de guerra para destrozar los oídos en las filas enemigas. El colombiano puede vivir en un rancho, no tener para la comida o la educación de los hijos, pero se asegura que desde el viernes hasta amanecer lunes, su enorme ‘picó’ le haga saber a todo el vecindario que él sí tiene música.

En fiestas, celebraciones, restaurantes y no se diga en espectáculos, el sonido tiene que ser de tal magnitud que se pierda toda posibilidad de comunicación entre los presentes, quienes no tienen más remedio que recurrir a los gritos deshidratantes, lo que compensan con más anís, cerrando el círculo de la insensibilidad timpánica.

Quien pretenda evadir el daño encerrándose en un búnker, será inclementemente bombardeado toda la noche por las atronadoras explosiones de la pólvora prohibida que expresa tan bien el festivo espíritu patrio.

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